Para no mojarme

Sergio Rivas

No falla. En cuanto me dejo el paraguas en casa, se pone a llover a cántaros. Y si hay algo que odie más que tener que ir cargándolo arriba y abajo, como una especie de miembro muerto, es cruzar media línea de metro con los calcetines empapados en agua de lluvia. Es una sensación parecida a caminar sobre dos lenguados muertos. En cuanto me descalce al llegar a casa, seguro que tendré las plantas de los pies arrugadas como si me hubiera pasado el día en la piscina. ¡Y qué decir del olor a humedad! Lo mejor será que tire los calcetines a la basura.


Siempre que caen cuatro gotas se forma cola en el ascensor de mi parada de metro. Como si ese recorrido en vertical fuera a ahorrarnos a todos una parte significativa de la lluvia que nos vamos a encontrar en cuanto lleguemos a la superficie. Siempre que se abre la puerta allí arriba, a pie de calle, y durante unos pocos segundos veo el agua cayendo a chorros, resguardado dentro de la cabina del ascensor, siento ganas de quedarme allí. Incluso bajar otra vez. Simplemente para no mojarme.


Para distraerme de la espera, intento quitarme de encima algunos de mis innumerables correos sin leer. Me cuesta concentrarme, porque tengo detrás a una pareja que no para de discutir. Él diciendo que me han mandado una foto en la que le estás metiendo el morro a un pavo. Y ella, que yo no le he metido el morro a ningún pavo, tú estás flipando, eres tú quien me puso los cuernos. Y él, la única vez que te he engañado era porque nos habíamos tomado un descanso y me dejé llevar. Y ella, no me tomes por tonta, que una noche estaba en la disco con la Vane y te vi sobándole las tetas a una guarra. Y tú qué hacías en una disco si mí. No intentes darle la vuelta a las cosas, tío cabrón. A mí no me llames cabrón, cacho de guarra, que te voy a partir la cara aquí mismo delante de toda esta gente.


Mientras la discusión escala, noto un sudor nervioso cayéndome por la espalda. Tengo que salir de aquí. Por suerte, llega mi turno de subir al ascensor. La señal acústica me indica que las puertas están a punto de abrirse, así que entro corriendo y pulso a toda velocidad el botón de subida para intentar dejarles atrás. No lo logro. El sensor los detecta y se meten conmigo sin que pueda hacer nada para evitarlo. Miro a la gente que se queda atrás, esperando, y detecto la misma conmoción que yo siento. En su caso, mezclada por el alivio de haber dejado atrás el conflicto.


Voy dando pequeños pasos hacia atrás, hasta que mi espalda choca contra la parte trasera de la cabina. Aun así, siento la violencia de la discusión rozándome el rostro. Cuando empiezan a llover los golpes, de un lado y del otro, me asfixio. Se refuerza mi sensación de que estamos tardando horas, incluso días, en llegar a la superficie. Se abre la puerta allí arriba, a pie de calle, y durante unos breves segundos veo el agua cayendo a chorros, resguardado dentro de la cabina del ascensor. Pero salgo corriendo, saltando por encima de aquella masa de cuerpos enroscados, sin mirar atrás. Simplemente para no mojarme.

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