Cuando el tiempo te encuentra

Érika Roman

Se maquilló las ojeras y salió a por un café.


No había dormido nada; las pesadillas la habían gorbernado. Buscaba que el café, el día y los mapas mentales de su cabeza le dieran las respuestas que necesitaba. Se cogió un café para llevar y lo bebió rápidamente.


Cogió el metro en Hostafrancs, y sin pensar se sentó en el andén y dejó pasar dos trenes. El tiempo se había enquistado en esa estación, se había quedado mudo y paralítico. Cuando fue consciente de ello, se levantó para coger el tren siguiente. Subió. No había mucha gente y se sintió aliviada. Puso música, pero la quitó enseguida. Se sintió observada por un extraño de gafas, y quiso estar alerta.


Bajó en Catalunya y buscó la salida con ansiedad.


Mientras caminaba se dio cuenta de que había olvidado todo: cómo le gustaba el café, su color preferido, el nombre de su calle, su aniversario, el de sus padres... Lo que no había olvidado era su nombre, tampoco los detalles de los sueños que le quitaban el descanso.


Entonces dejó de caminar, cogió su teléfono y empezó a escribir veinte veces su nombre; tenía miedo de olvidarlo también. Solo le quedaban eso y sus miedos nocturnos.También los escribió, detallando todo: los colores, los olores, los nombres de los sentimientos que le causaban todo eso.


Estuvo bastante rato escribiéndolo todo. No supo cuánto tiempo, pero se le hizo eterno. Tenía mucho qué decir, había mucho que sentir también, y escribirlo le ayudaba.


Una mujer la observaba desde lejos, pero ella no se había dado cuenta; estaba ensimismada, como dentro de una habitación sin ventanas, armando un diccionario de su vida, de sus recuerdos.


La mujer se acercó. 


¿Te pasa algo?, le preguntó un tanto tímida.


Ella miró el reloj. Seguía dentro de la estación (no se había dado cuenta hasta ese momento).


 


¿Estás bien?, volvió a preguntar.


Entonces ella cogió todo el aire que podría caber en sus pulmones y respiró todo lo fuerte que pudo. El aire entró a su cuerpo y la despertó de golpe. La puerta y las ventanas de su mundo entonces se abrieron:


Sí, estoy bien, contestó.


Soy Simona, vivo muy cerca de aquí y voy a por un café, me gusta con la leche caliente.


Sin entender aquella respuesta, la señora se alejó sin decir nada.


 


Simona volvió a buscar el andén.


Se sentó a esperar el tren.


Respuestas, buscaba respuestas.


Soy Simona y hoy estoy aquí.


Los trenes pasaban mientras el tiempo, su tiempo, la encontraba.

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