Poetas metropolitanos

Periquete

El metro avanza como un río subterráneo que arrastra vidas y versos. En el vagón, cada pasajero escribe su estrofa en el poema de la ciudad.


La niña de trenzas se aferra a la mano de su madre, señalando las paradas con ojos de exploradora. Son las ocho de la mañana y su madre sonríe bien despierta, como quien ha aprendido a leer la vida en silencio.


Valentín, el joven argentino, escucha música con los ojos cerrados. Su cabeza se balancea levemente, componiendo en su mente rimas de un futuro que aún no ha escrito.


El señor Andrés, encargado de almacén en Gràcia, hojea un periódico con manos curtidas por cajas y madrugadas. Su rutina es prosa, pero en su interior anida la métrica del esfuerzo.


La abuela Carmeta lleva tres semanas viajando al hospital, pero aún encuentra belleza en el reflejo de las luces en las ventanas. Recuerda cuando, de joven, los trenes eran de madera y los amores más lentos.


Y están los demás... Anónimos, absortos en pantallas, libros, miradas y pensamientos. Cada uno con su historia, cada uno con su poesía.


El metro se detiene. Las puertas se abren y cierran, como páginas que pasan. Barcelona  sigue escribiéndose.


 

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