La cartera

Mario Pontegamba

Redimirse es una posibilidad que llama a la puerta cada mañana y sólo unas pocas veces somos capaces de darnos cuenta. Podría haber ido andando y sin embargo bajé a coger el metro justo el día que caducaba la T-usual. Justo ahí, abierta en una posición inverosímil, estaba ella.


El primer impulso fue pisarla para que nadie más pudiera ver como en un descuido la guardaba en el calcetín. Y así lo hice. Bajando las escaleras hacia el andén, esa mirada que en cualquier momento me va a delatar y va a gritar: ¡Tú! ¡La tienes tú! ¡Devuélvela! Mirándome los pies entro en el vagón mientras siento el peso de lo prohibido al caminar. Cada paso me arruga un poco más el alma y de tanto mirarme los pies me va bajando la cabeza al suelo, me aplasta y me quema al mismo tiempo.


En ella hay unas monedas que suman 3€, un carné de conducir, la tarjeta del peluquero y otra del osteópata, amén de recuerdos en forma de anotaciones y fotrografías, tantas sonrisas y yo cayendo a la tierra.


Para volar y dejar de caer pongo una indulgencia de 50€ en la cartera y la entrego en la comisaría de policía de la calle Marina. El peso ha descendido un poco, apenas es perceptible, hay algo de aire en esta redención.  


 

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