Pick Pocket
PICK POCKET
Un hormigueo en mis glúteos me hizo desplazar hacia una zona del vagón menos congestionada. Después me bajé en Pubilla Cases en medio de un embudo humano y volví a sentir el cosquilleo en el culo. En el andén, giré y vi sus ojos nerviosos. Era una mujer que me rehuyó algo inquieta e interpuso unos anteojos oscuros entre nuestras miradas. Parecía de complexión delgada entre sus ropas holgadas. Por alguna razón la equiparé a Isis en una estatua donde amamanta a Horus. ¿Sería por sus pómulos, o por sus orejas, o por su leve retrognatia, o por la tristeza de su mirada vacua que ahora ocultaba con gafas? Sería todo eso junto lo que me hizo evocar a aquella figura egipcia. No lo sé, solo tenía la certeza de que esta mujer y sus delgados dedos, habían esculcado mis bolsillos y ahora yo la escudriñaba a ella a riesgo de que me señalara por acoso. Salimos por las escaleras eléctricas. Ella al sentirse vigilada giró al final de la escalera y comenzó el recorrido inverso a pie hacia el subterráneo de nuevo. Me hice el distraído preguntándole algo a un vendedor ambulante de la boca del Metro; tengo experiencia en seguimiento de personas y entonces le di vuelta a mi chaqueta doble faz, me quité la gorra y me puse mis anteojos de sol. Fingí estar cojo, bajé al andén y la divisé abordando en dirección a Vall d¨Hebron. Subí en el vagón vecino. Un hombre con las manos, las botas y los pantalones salpicados de diferentes pinturas me cedió su asiento. Agradecí susurrando:
— Madre mía, lo viejo y cascado que debo parecer para que me den una silla
Desde mi lugar, en esta Torre de Babel que es el Metro de Barcelona, seguí observando a “Isis” quien buscaba el contacto físico con otros viajeros, seguía en lo suyo sin éxito y se bajó en Sants Estació, hice lo mismo tratando de seguirla en el anonimato de mi supuesta discapacidad motora. En la calle Numancia se sentó y sacó mi billetera de entre sus ropas y la revisó. Vi su reacción de frustración cuando comprobó que lo que parecía ser un fajo de billetes eran papeles manuscritos. Sus labios decían palabras que no repetiré, luego se quedó leyendo con curiosidad una de las hojas y empezó a sonreír. Levantó sus lentes, suspiró y siguió leyendo y riendo con mas músculos cada vez. Releyó las hojas, exhaló y regresó a la linea azul. Yo también. En el andén toqué suavemente su hombro
— Perdone, usted tiene algo que es mío — le dije casi al oído
Se giró sorprendida. Le mostré mi bolsillo trasero y en fracción de segundos su mano extendida había parido mi cartera de su vestido. La tomé y vi que no tenía contenido, le dirigí una mirada inquisitiva y ella se encogió de hombros. El Metro va atestado de la indiferencia de personas ensimismadas en sus rollos, pero que te observan y uno de esos anónimos espectadores dijo como un ventrílocuo
— Pick pocket!
— No, no es lo que parece — dije yo para salir del paso ante la rápida llegada de un guardia de seguridad con un perro ataviado con bozal. “Isis” rápida de reflejos invadió mi espacio vital y me besó. Paralizado, sentí un olor a dentífrico extraño y entonces todo volvió a la normalidad, al cardumen de la soledad de las masas. Pasó el tren, el siguiente vendría según los anuncios en tres minutos, tiempo en el que le pregunté nervioso por mis hojas y ella mirándome fijo me dijo mientras se marchaba
— Lo siento, la poesía no tiene dueños, pertenece a la humanidad.