La Bella y la Bestia
La Bella y la Bestia
La Bella iba en el metro. Cuerpo fit, vestida de negro de pies a cabeza: ropa deportiva, bolsa negra, gorra NY negra. Cabello lacio, largo, negrísimo. Piel bronceada. Botas cortas, modernas, de esas que parecen pensadas para la ciudad más que para la lluvia. Mallas negras ajustadas. Miraba el móvil con interés, o tal vez con el simple propósito de no mirar a nadie más.
La Bestia subió al mismo vagón disfrazada de vendedor ambulante. Un manojo de mecheros en la mano, el mismo pregón de siempre:
—One tuu tri, one tuu tri...
Caminó por el pasillo hasta detenerse justo a la altura de la Bella. Se interrumpió a sí mismo.
—One tuu tri… wowww..
La miró. No como se mira a una persona, sino como quien descubre un manjar inesperado. Con la boca entreabierta, los ojos fijos, devorándola en silencio…parecía querer bebérsela de un sorbo. Sin pudor. Sin disimulo.
La Bella giró la cabeza con hastío. Las palabras Fastidio, Asco, Hartazgo, se agolpaban en su cabeza.
Alguien, quizás un comprador, quizás solo el destino, tiró del brazo de la Bestia, reclamando su mercancía. Lo arrastró lejos, hasta el siguiente vagón, maldiciendo entonces la Bestia su mala suerte por no haber podido siquiera establecer un canal visual con su presa.
La Bella suspiró aliviada al verle alejarse.
Una vez más.
Lo de siempre.