Sensaciones en la línea azul.
Esa tarde, con cierto nerviosismo y andando ligero, llegué hasta la boca del metro, y una vez abajo,
agradecí a la cinta mecánica que me acortase el largo pasillo.
Una vez en el andén de la línea azul, me coloqué estratégicamente hacia la mitad del tren,
donde luego podría salir directamente a la calle que me dirigía.
Después del pitido de puertas, inspiré y exhalé profundamente, y me dispuse a centrar mis
pensamientos en lo que empezaría en unos minutos: mi primera sesión individual de E.M.D.R.
Tras mi bloqueo personal, y años de frustración motivacional, sentí la necesidad de pedir
ayuda para librarme de ese malestar que me ahogaba por dentro. Y después de años de
terapia, acepté entrar en un grupo que se especializaba en el reprocesamiento del estrés postraumático.
En el grupo, éramos todo mujeres y padecíamos trastorno de ansiedad, y todas nos sentíamos víctimas de alguna fea sensación, como si tuviésemos la espada de Damocles en la espalda.
Querer hacer desaparecer las emociones, sobre todo las negativas, no es posible, así que
es importante comprenderlas y hacerte partícipe de ellas.
La pregunta de si algo nos hace daño o no, es aplicable a cómo nos lo decimos a nosotros mismos. Nos autoexigimos, nos castigamos, nos martirizamos, nos infravaloramos…..
Inma y Luis, los terapeutas, nos mostraban cada martes a hacernos conscientes de nuestro diálogo
internos y a poder introducir cambios en él. Y nos invitaban a buscar en nuestro interior, en alguna vivencia pasada, quizá para intentar descubrir algún incidente por el cual se despertó esa o esas sensaciones negativas.
En la memoria almacenamos recuerdos, pero cuando una experiencia es abrumadora, el sistema nervioso la codifica y esto lo convierte en algo diferente al resto y puede cualificarse como recuerdo traumático.
Un martes, expliqué que me quedé huérfana de madre a los 20, y entonces decidí tristemente vestirme con una armadura y me dispuse a vivir sin echar la vista atrás.
Con la pandemia, me encerré en mí misma, y me sentí sola, triste y apática.
Y sin explicación, empecé a conectar con una vocecilla, la voz de una niña de diez años.
En la niña había miedo, gritos y frustración. Había noches en vela, llorando debajo de una almohada.
Y con toda la angustia que me generó esa horrible sensación guardada por más de veinticinco años, me
dispuse a empezar a recordar la verdad, un pasado amargo, triste, sucio. El que nos llevó
a vivir unos años a mi madre, a mis hermanos y a mí, desesperantes.
Mi padre sufrió unos episodios de esquizofrenia paranoide, y no se trató médicamente. Así que la cosa fué empeorando, hasta que no le quedó otra a mi madre que la de pedir socorro.
Inma se acercó a mí, con una caja de pañuelos, y me abrazó cariñosamente.
Luis, apoyó su mano en mi hombro y me alejó de la situación modulando su voz.
-Ya no estás ahí, ya no eres esa niña. Eres adulta, estás aquí, con todos nosotros. Gracias por compartirlo.
Y así fué cómo vomité, por primera vez, mi problema delante de un grupo de desconocidas.
Y ahora, me dispongo a revivir otra vez ciertos de esos momentos, para analizarlos desde
mi presente, y poder aceptar mi pasado.
Entendiéndolos, y dándoles el poco sentido que pueden tener, porque muchas veces pasan
cosas malas, enfermedades, muertes, accidentes, pero hay que poder superarlas.
Tristemente, suceden cosas, sí.
-Ostras, estoy en Maragall???
-Línea azul, si. Tendría que haber cambiado a la roja en Sagrera! Voy a Torres y Bages!
-Mierda! Llego tarde!!!