Eres lo que vives

Pipipu

Las nubes eran tan densas que parecía que iban a arrancarse del cielo, como una lámpara de techo demasiado pesada, pero Arcadi, más chulo que un ocho, había salido sin paraguas, y ahora estaba muy lejos de su casa, y las primeras cuatro gotas se convirtieron en una tromba en un santiamén; por suerte, el acceso a Torras i Bages por Passeig de Santa Coloma quedaba dentro del corto alcance de su vista, así que en cuatro zancadas llegó, y tuvo mucho cuidado de no partirse la crisma al bajar las escaleras, que ya eran una cascada, y pisó el andén en el exacto momento en que en las pantallas aparecía “ENTRA”, y el tren entró y paró, y él entró en el vagón que todavía iba conducido por un ser humano, y encontró un asiento libre y se sentó, y el reposo trajo a su mente el recuerdo de su viaje a Londres en 2013 con Sandra, del partido del West Ham contra el Arsenal en Upton Park (el último antes de la demolición del estadio y el traslado del equipo al Olímpico), que terminó con un histórico cinco a cero que lo hizo enloquecer, del Churchill Arms, del Elephants Head, del Mayflower, del Blackfriar y del Seven Stars, del hotel tirado de precio en pleno corazón de Belgravia, de los Bentleys nuevos de trinca, que abundaban más que los Ibizas en Barcelona, paseándose con impúdico descaro por todo lo largo y ancho de Kensington y Chelsea, de las pintas de real cask ale sin apenas espuma, del Cart and Horses y su pequeño escenario de madera, en el que un jovencísimo Steve Harris empezó a forjar la leyenda de Iron Maiden, de esas noches de blanco satén y sábanas revueltas, del impasible y majestuoso Támesis y sus treinta y pico puentes (al cruzar el octavo quedaron empachados de puentes y agua), de la incesante lluvia que hacía más frío el frío mayo, de Hyde Park y sus adorables ardillas, tan adorables como despreciables le parecían todos los imbéciles que estaban más pendientes de fotografiarlas y grabarlas que de dejarse embelesar por sus gráciles correteos, del vértigo y el pánico de los despegues y los aterrizajes... “Dios”, se dijo, “lo que daría por volver”, y no se lo decía a la ligera, no, porque ni una, ni dos, ni tres, sino varias decenas de veces, había soñado con pubs de barras infinitas e innumerables grifos de suaves y amargas y dulces y secas y deliciosas cervezas inglesas, irlandesas y escocesas. Y mientras ese recuerdo se transformaba en una fantasía que lo aislaba de la muchedumbre que lo rodeaba, otro recuerdo lo asaltó: solo tenía tres días para escribir el relato para el concurso literario conmemorativo del centenario del Metro. Un quedo sobresalto le hizo abrir los ojos, y al consultar las bases en su móvil se dio cuenta de que el primer convoy empezó a funcionar el mismo día en que nació su abuela materna: el 30 de diciembre de 1924.


Había llegado a su parada. Salió del tren, le vino a la cabeza el eslogan Feu salut, pugeu per les escales, y lo hizo, y se sumergió en el sol que inundaba la Plaça de les Glòries Catalanes, y de repente se sintió mejor que nunca.

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