PEQUEÑA BRUJA
El último vagón del metro se sacude con suavidad mientras la ciudad nocturna avanza a su propio ritmo.
El vagón está casi vacío. A estas horas los pasajeros son pocos y dispersos, cada uno sumido en su propio mundo.
Mis ojos recorren el espacio sin intención alguna, hasta que se detienen en ella. Una mujer apoyada contra la pared, cerca de la puerta con una postura relajada, segura, pero con una presencia que no pasa desapercibida.
Me imagino a esa pequeña bruja, como una mujer que desafía las leyes de lo racional.
Una criatura entre lo sagrado y lo maldito, hecha de misterio y tentación, que camina al filo de lo conocido, donde el peligro y el deseo se entrelazan, y aun así no puedes evitar seguirla.
Siento como su energía enigmática no avisa ni pide permiso; llega, te revuelve, te desarma, es el tipo de caos por el que cualquiera estaría dispuesto a arder sin pensarlo dos veces, porque en su fuego no hay destrucción, hay revelación, y cuando te das cuenta, ya estás demasiado dentro como para querer salir.
Su magia no se encuentra en libros de hechizos ni en fórmulas antiguas.
Es más sutil y peligrosa, un poder que nace del alma y convierte lo mundano en extraordinario con tan solo un toque, una mirada, un suspiro.
No necesitas creer en brujería para saber que lo suyo es real, porque lo sientes en la piel, en los nervios, en esa maldita necesidad de buscarla incluso cuando sabes que hacerlo puede costarte perder la cordura.
De repente, el metro se sacude levemente al tomar una curva, y me percato que ha convertido mi espacio en su terreno de juego.
No puedo dejar de mirarla, su magnetismo me atrapa, es esa mezcla de dulzura y tormenta, de luz y sombra, de todo lo que deseas y todo lo que deberías evitar.
Pero ¿y qué? nadie se salva de querer más, ella es de las que no se quedan, pero deja marcas y cicatrices que no duelen, pero tampoco sanan. Y en el eco de su paso, el deseo de volver a sentir su magia nunca se desvanece, porque su caos no destruye, transforma, no avisa, arrastra, no seduce, devora.
Y, aun así, deseo perderme en ella.
Su presencia es un juego entre lo efímero y lo eterno, donde cada paso resuena mucho después de que se haya ido.
De algo estoy seguro, quienes se cruzan con ella no la olvidan, no pueden, no quieren, en su caos, en su misterio hay un encanto indiscutible, un hechizo que no quieres romper, aunque la razón grite que es una locura.
Pero cuando alguien sabe jugar con la magia del instante te deja marcado, no es solo que la recuerdes, es que te cambia, porque su verdadero poder no es desaparecer, sino hacer que su ausencia queme tanto como su presencia.
Un sonido metálico irrumpe en mi mente, rompiendo el hechizo.
¡Próxima parada Bac de Roda!
La voz robótica del altavoz me arranca de mi ensoñación.
Miro a mi alrededor, no está. El metro se desliza hacia la estación, las puertas están a punto de abrirse.
¿Fue solo un juego, una fantasía en mi cabeza…? ¿O tal vez no?
El vagón se detiene. Es mi parada.