Los túneles olvidados

BATCAT

El aire dentro de la estación estaba enrarecido, como si nadie hubiera respirado allí en años. No se oía el zumbido de la electricidad ni el murmullo lejano de la ciudad. Solo había silencio, un silencio espeso y pegajoso que se metía bajo la piel. 


 


Las paredes, cubiertas de azulejos ennegrecidos por la humedad, chorreaban un líquido oscuro. El suelo estaba cubierto de un polvo fino, demasiado denso para ser solo suciedad. Algo había en él que crujió levemente bajo mis zapatos.


 


Levanté la vista y vi el reloj sobre las vías, marcaba las 2:13 a.m. Y entonces llegó el tren. Pero no debería haber llegado. Sin sonido de motores ni estrépito del metal, simplemente apareció, emergiendo de la boca del túnel como una sombra que se arrastra. Sus faros eran dos puntos mortecinos, más parecidos a ojos que a luces. Se detuvo sin esfuerzo y las puertas se abrieron con un leve susurro.


 


Desde el interior sopló un viento helado, cargado con un olor antiguo, rancio, como a madera podrida y flores marchitas. Me asomé y vi que dentro las lámparas apenas iluminaban lo justo para revelar los asientos de terciopelo rasgado y el suelo cubierto de lo que parecía ser ceniza. Subí y el tren arrancó, las puertas se cerraron con un golpe seco y el mundo exterior desapareció.


 


El túnel por el que avanzábamos no era normal. Era demasiado ancho y profundo, como si el tren no recorriera rieles sino que flotara en una garganta oscura, descendiendo más y más en algo que no tenía fin.


 


Algo respiró fuera del vagón. Giré la cabeza lentamente, en los asientos cercanos había gente sentada. Permanecían inmóviles, con la cabeza baja y las manos apoyadas sobre las rodillas. Sus ropas eran antiguas y llenas de polvo.


 


Cuando las luces parpadearon, los pasajeros estaban más cerca, mi corazón latió con fuerza al ver que no tenían ojos, solo bocas abiertas en una mueca de horror congelado. El tren se aceleró y cuando las luces volvieron a encenderse, todos estaban de pie. El tren se detuvo en seco y las puertas se abrieron, pero no había estación, solo un túnel angosto que descendía en espiral, iluminado por faroles de gas parpadeantes.


 


Un sonido lejano subió por el túnel, algo venía. Entonces sentí las manos, pálidas, frías, apretando mis hombros. Las luces explotaron y el tren gritó, todo se desmoronó en oscuridad.


 


Cuando abrí los ojos, estaba otra vez en el andén. El tren ya no estaba, pero el polvo en el suelo seguía removido y esta vez las pisadas iban en ambas direcciones.


 

Te ha gustado? Puedes compartirlo!