El metro

Paula Sama

Miro a un lado y al otro y me imagino las vidas de aquellos que viajan conmigo. Observo cada rostro, cada gesto, como si fueran destellos de vida en un universo en constante movimiento. A mi derecha un gato pardo viaja en su transportín que imita el color del mar. Sostiene una mirada misteriosa y serena que me hace pensar que esconde un viejo secreto, una misión hacía un destino desconocido que solo él conoce.


Miro a la izquierda y un veinteañero rubio camina con paso decidido y asustado a la vez. Sus manos, ligeramente temblorosas, sostienen un ramo de flores que imita el arco iris. Me pregunto si serán para alguien especial o porque quiere conservar el recuerdo de un amor que empezó en alguna estación donde el tiempo parecía detenerse. Sus ojos como el mar, llenos de sueños y esperanza, me recuerdan que cada instante puede ser el preludio de una nueva historia.


Aunque no están solos. Lo comparten con esa señora de melena plateada que se pierde en sus pensamientos mientras observa a la multitud. Su silencio grita mientras rememora una reminiscencia de amores y deseos que un día la mantuvieron viva. En el otro extremo, un hombre solitario y con la cabeza llena de recuerdos se enfrenta con la oscuridad de sus pensamientos. Me parece ver en sus gestos una búsqueda constante de redención, como si cada parada fuera la oportunidad para dejar atrás el peso del pasado.


La gente sube y baja, y los momentos se confunden en un conjunto de miradas, suspiros y pequeños gestos que hablan sin palabras. Cada instante es un relato que teje la cotidianidad. Y yo, presente en este vaivén incesante, no puedo evitar imaginar las historias escondidas detrás de cada persona. Sonrío al chico de las flores, lloro discretamente con la mujer en silencio, acompaño al misterioso gato en su camino hacia lo desconocido y abrazo al hombre perdido en sus pecados.


Solo en el último momento, cuando la luz del día se confunde con la oscuridad de otro trayecto y el gentío se diluye en el tiempo, finalmente comprendo la verdad de todo este viaje. Yo, que he estado escuchando, observando y acompañando todas esas vidas, no soy más que el guardián de sus historias. Soy lo que los une, un recinto inmóvil que acoge cada suspiro, cada sueño, cada recuerdo: soy el metro.

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