Bajo la via

jason

El metro de Barcelona nunca dejó de expandirse. Bajo tierra, las líneas no solo cruzaban la ciudad, sino que también sostenían parte de su funcionamiento más delicado. No todo lo que circulaba por los túneles figuraba en los planos que se entregaban al público.


A Arnau Tena, aquello siempre le había fascinado. Tal vez por eso, a pesar de sus notas brillantes destinadas a su soñado camino para ser maquinista, decidió hacer sus prácticas finales en el área de seguridad operativa. Una decisión que no pasó desapercibida en la Academia de TMB, donde era conocido tanto por su rendimiento como por su actitud algo excéntrica. "Una curiosidad mal disimulada", murmuraban algunos profesores. "Un talento desperdiciado", opinaban otros. Pero Arnau no escuchaba. Observaba.


La jornada había comenzado como cualquier otra: uniforme ajustado, ronda asignada, controles básicos en la estación Sagrada Família. Nada fuera de lo normal. Hasta que una alerta menor, una de esas que rara vez significan algo, llegó al terminal.


La notificación indicaba una anomalía en un corredor técnico cerrado al público. Cuando pidió confirmación del acceso, le dijeron que probablemente era un fallo de lectura. Aun así, algo le chirrió.


Tomó una linterna y descendió por el pasillo de servicio. No había ruidos, ni pasos, ni voces. Solo el zumbido sordo del sistema eléctrico. Al doblar una esquina, lo vio: un hombre con peto de técnico, inclinado sobre una consola de señalización, manipulando datos en la pantalla.


—Disculpi, identificació —dijo Arnau, firme.


El hombre se giró, parpadeó y huyó sin responder. No logró alcanzarlo, pero lo había visto bien: la forma del rostro, el tatuaje apenas cubierto por la manga, parte del número falso de su placa. Y, sobre todo, el código alterado que aún parpadeaba en la consola.


Horas más tarde, el equipo técnico confirmó que alguien había intentado desviar una instrucción programada de la L2. El incidente fue contenido. Pero lo que destacó fue el informe de Arnau: claro, detallado, preciso. Describía rutas de huida a través de la red, salidas urbanas conectadas con accesos técnicos y hasta estimaciones de tiempo. Gracias a ello, el sospechoso fue detenido ese mismo día, cuando intentaba escapar por una escalera de evacuación en Hospital Clínic.


Esa noche, su supervisor de prácticas, el señor Garcés, le pidió acompañarlo. Arnau aceptó, intrigado. Lo que no sabía era que Garcés había sido jefe operativo de seguridad estratégica hacía más de una década, antes de “retirarse” a la docencia.


Lo condujo hasta una antigua estación-taller, en Magòria-La Campana, cerrada al público pero no desactivada. Tras un portón discreto, descendieron.


Allí, en las entrañas del subsuelo barcelonés, Arnau vio por primera vez l’Àrea Tècnica i Estratègica Ferroviària (ATEF): un centro de control, análisis y operaciones especiales del metro. Un lugar que oficialmente no existía, pero que unos pocos conocían a voces. Después de una pequeña introducción, no se le ofreció un puesto. Ni una explicación. Solo una mirada. Un gesto.


Y mientras volvía al día siguiente a su ronda habitual, Arnau ya no veía los túneles del mismo modo. Porque ahora sabía que, bajo la vía, también circulaban muchas posibilidades y secretos.

Te ha gustado? Puedes compartirlo!