Final de trayecto

Cordelia

Se llama Khadim, pero ella no lo sabe. Lo ha visto algunas veces en el andén, siempre con


el mismo uniforme azul marino y el anorak gris oscuro. Botas de trabajo, también oscuras.


Una figura oscura, todo él. Ella mira sus manos…Le gustan…Son grandes, anatómicamente


perfectas, oscuras. Destacan las uñas, tan rosadas en esos dedos largos y ligeros. Ella no


puede apartar la vista de esas manos de ébano, esos dedos que ahora se ocupan en


deslizar la pantalla del móvil. Mira de reojo a qué le da like. Son imágenes de futbolistas.


Siguen los dedos acariciando la pantalla, repetidamente. Sostiene el móvil como si lo


protegiera y ella sigue sin poder dejar de mirarlo. De repente, las fotos dan paso a lo que


parecen unos signos árabes , el ritmo de los dedos se detiene y él comienza a mover sus


labios carnosos y oscuros rítmicamente, sin descanso. ¿Estará rezando?, se pregunta ella.


Ahora su gesto ha cambiado, está totalmente quieto. Muy serio, deja de mirar la pantalla y


levanta la mirada. Está pensativo, como si tuviera que encontrar la solución a algún enigma


guardado desde tiempos remotos. Las manos de ébano con uñas rosadas se repliegan


sobre su regazo y él cierra los ojos, apoyando su cabeza oscura en el cristal de la ventana


del vagón. Personas que suben, personas que bajan. Sus manos siguen descansando una


sobre otra, quietas. El traqueteo del vagón. Gente que entra, gente que sale. Y ella sigue


observando. Las manos, la figura esbelta, la postura digna y elegante. Él abre los ojos ,


vuelve a mirar la pantalla del móvil y esboza una leve sonrisa. Ella no sabrá por qué. El


metro llega a la última parada. Todo el mundo baja. Él se levanta. La figura oscura y


elegante se mueve con ligereza y se pierde entre la gente . Ella lo ha perdido. Se llama


Malena, pero él no lo sabe.

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