Verde
Passeig de Gràcia. L’avi Ton vivió aquí toda la vida, en un piso que hacía esquina con Aragón. Cuando mamá y yo pasábamos por allí ella solía señalar una de las balconadas. Es allí, la de arriba del todo ¿Lo ves…? ¿En serio? Le preguntaba yo. De eso ha pasado mucho tiempo, un siglo tal vez. Ahora es un despacho de abogados o las oficinas de una importante inmobiliaria.
Catalunya. El corazón. Protestas. En Catalunya conocí a Clara ¿Dónde si no? El calor que sale de las bocas de metro en invierno es un refugio para los adolescentes que vamos a la última, es decir, poco abrigados.
Liceu. Salimos y nos enamoramos, el bullicio del barrio chino, las calles infinitas e intrincadas de Ciutat Vella. Bares y tabernas con humo y ron que viene de Américas.
Drassanes. Nace el Quimet. En el mediterráneo, como diría Serrat.
Paral·lel. Peleas, discusiones. Divorcio. El amor se acaba en su madurez, donde todo debería ser más tranquilo, pero las cosas nunca salen como uno planea.
Poble Sec. Vivo a la sombra de Montjuic. Me recuerda que la naturaleza ya estaba ahí y luego vinimos nosotros e hicimos la ciudad. El Quimet crece yendo de un piso a otro. El trayecto son solo veinte minutos y a partir de los doce años insiste en hacerlo solo porque dice que ya es mayor y le gusta coger el metro.
Espanya. Nuevo trabajo, Julia, nuevo amor, nueva ilusión ¿Será esta la segunda juventud de la que tanto hablan?
Tarragona. Mamá ya no está. Papá hace mucho que se fue también. El Quimet ya no coje el metro. A su edad todos los chicos van en motos de cuarenta y nueve por la ciudad, a la universidad, a los bunkers de El Carmel. El metro es de carcas, papá, me dice.
Sants Estació. Maletas, aeropuerto, Ave-Madrid. Salir muy pronto y llegar muy tarde, cuando todo está cerrado. Qué fácil es moverse ahora, no como antes. La ciudad crece y al mismo tiempo se hace más pequeña porque todo queda a unas pocas paradas del metro.
Plaça del Centre. El Quimet es padre, quién lo diría. La pequeña Neus llena mis días. Me llama avi. Ella corre y brinca y yo voy detrás. Al colegio, al parque. Cojo fuerte su mano para bajar al metro. Mi vida son unas cuantas paradas llenas de recuerdos, como el de l’avi Ton, que veía cosas viejas por todas partes. Una ciudad como Barcelona tiene muchas capas, decía. El metro es un ejemplo, y señalaba con el dedo mientras yo, aún muy pequeño, miraba a mi alrededor igual que ahora mira la pequeña Neus con sus ojos claros y enormes: una cenefa, un mural, mosaicos de colores antaño vivos y resplandecientes, claraboyas y arcos ahora ennegrecidos, cosas que nadie ve pero que son historia y que están ahí y que no paran de mirarte, aunque tú no los mires.