Diálogo interno de un migrante
Me han dicho que cada uno va en su mundo y así lo veo. Sin embargo, mi instinto de supervivencia al racismo o tal vez, la mala costumbre adquirida de haber vivido en un sitio donde todo es sabido y criticado por todos, se pregunta desde la inseguridad de la baja estatura, la piel amarilla y los cabellos negros, ¿qué pensaran de mí?
¿Alguien habrá notado mi presencia extraña? ¿Sabrán de donde vengo?, ¿me harán daño? ¿Se estarán riendo de la ridiculez de este traje planchado que mi madre dijo que era justo para la ocasión y solo sirvió para ser objeto de burlas?
Y ni siquiera eso, porque hasta una risa sería suficiente para sentir que me notaron, que existo, que soy un punto oscuro entre ese lienzo en blanco, pero nada. Intenté hablar con los que parecían amables, pero la gente mira mal y me da miedo, con esa altura, con esa voz, con ese acento que los hace superiores.
Tengo miedo de que me noten y aun así quiero que lo hagan, quiero que alguien se acerque y simulando un diálogo de película barata, note mi desconcierto y me pregunte si soy nueva en la ciudad. Le respondería que sí, que llevo una semana por aquí y es la primera vez que subo sola al metro, que me siento perdida y ahogada en este lugar.
Pero tengo que recordar que nadie me verá, nadie observa. Vestidos de forma extravagante, con sus audífonos, un libro o el móvil, cada uno está en su mundo y yo, soy una mancha en esa rutina perfecta de desconexión.
A lo lejos, al final del vagón miro y reconozco a alguien como yo, sí, como yo, tenemos muchas cosas en común y aún no tuve la oportunidad de cruzar palabras con ese alguien, pero estoy convencida de que somos muy parecidos, tenemos el mismo tono de piel, probablemente un acento similar y sobre todo, la persona tampoco está en su sitio. Seguramente está aquí un par de años, se nota en su mirada que ya no piensa tanto en su tierra y ha dejado de utilizar el Google maps para llegar a todos los lugares.
Pienso en acercarme, pero recuerdo las palabras de los mayores y en mi mente como si estuvieran susurrándome al oído, siento como dicen que todos están en su mundo, después de una dura jornada, nadie quiere entablar conversación y más aún si se trata de hacerlo con una niña que se ve perdida.
Me vio mientras tenía este diálogo interno, la mujer de la otra esquina del vagón volteó a verme y, como no, mi ansiedad no olvida preguntarse, ¿qué pensará de mí? Espero que no piense que tengo intenciones de hacerle daño, espero que en mis ojos pueda ver el miedo y la ilusión a partes iguales, espero que se acerque y sea una madre comprometida que hace unos años pasó este mismo proceso, que me lleve a un lugar donde me ayuden a adaptarme y me invite a comer, espero que me pregunte mi nombre y sea de mi país.
Sería mucha suerte tener todo eso solo porque alguien supo identificar mi mirada, alguien que entre todos esos dispositivos y objetos de distracción se acordó de observar quienes están en el metro. Sin embargo, esto no funciona así, no estamos en una película barata y aquí nadie me nota, aunque yo note a todos y no pare de observar, la gente está en lo suyo y no, no existo en su lienzo blanco, porque soy uno aparte, uno que aún no ha encontrado su exposición.
Categoría de 13 i 17 años. INS JOSEP PLA