Siempre vuelves
Eran las diez de la noche en el tren camino de la estación de Sants, Barcelona. Lo suficientemente tarde para que una niña de 15 años, Celia, viajase sola con un único propósito: escapar de casa. Pero a la misma vez, lo suficientemente temprano como para que sucediera algo paranormal. Al menos, esa era la razón por la que Celia estaba tan tranquila.
Fue cuestión de segundos darse cuenta de que se equivocaba. En una estación, la niña vio un hombre encapuchado en el andén, no le dio mucha importancia hasta que ese mismo se subió al tren. En el vagón estaban ellos dos y una anciana. El hombre misterioso se adentró en el tren y se sentó delante de la indefensa señora mayor. Hubo un instante de silencio incómodo pero cabo de nada el encapuchado empezó a susurrar haciendo que toda la atención de Celia se detuviera en él y el frágil hilo de voz que salía de su boca.
Al cabo de unos instantes, a pesar de no haber mucha luz en el tren, en las penurias de la oscuridad Celia se dio cuenta de una cosa. El color de piel de la señora mayor se había desvanecido. Fue como si le hubiesen quitado el alma y desintegrado a pedazos toda la ilusión que debía de llevar encima.
Seguidamente, el hombre procedió a encaminarse hacia la última persona que quedaba en el vagón: Celia, una niña indefensa. Cada vez que daba un paso en dirección a la chica, se iba tensando el ambiente poco a poco. Un paso hacia Celia significaba una parte del cuerpo de la niña inmovilizado.
Esta tenía el plano de las líneas de tren en la mano, pero se quedó tan atrofiada que ni se acordó de la existencia de aquel, y evidentemente su parada paso de largo.
Justo cuando a la chica se le venía el mundo encima por haber perdido la parada, el hombre dio otro paso hacia la niña y procedió a susurrar una serie de palabras las cuales Celia no entendía, pero que fueron las mismas que le recitó a la anciana.
La chica empezó a llorar y a pedir auxilio, pero al ser tan tarde nadie pudo escuchar ni una sola palabra de sus lamentos por haber escapado de casa. Pasaron unos instantes y la chica empezó a oír una voz que le resultaba familiar, gracias a Dios no eran los susurros del hombre.
Allí fue cuando despertó, y dio gracias de no haberse escapado esa noche de casa. Estaba toda sudada y la cama mojada por los llantos y lágrimas de su terrible pesadilla. Fue allí cuando agradeció escuchar de nuevo la voz de su madre.
Aunque esta sólo la despertó para avisarla de que su T-10 había caducado y tenía que cambiarla por otra, la niña agradeció con toda su alma oír la voz de su madre.
Categoría de 13 i 17 años. Institució Igualada