Otra vez
Levantarse cada día a las 6:00 de la mañana es una verdadera tortura. Mi rutina es de lo más básica y aburrida. Cuando llega mi hora de salir a vivir lo que me trae el mundo exterior me pone un poco optimista, ya que el mío parece un ciclo menstrual, es agotador y repetitivo. Al salir de casa pude oír a metros de distancia el ruidoso sonido que tiene la lluvia al tocar el suelo. Mi cuerpo, inconscientemente, fue a buscar un paraguas para después salir como si un terremoto fuera a alcanzarme. No me gusta la lluvia, la siento negativa y oscura, hace que mi mente se libere por el horrible silencio que produce entre la multitud. Al bajar las escaleras para desaparecer en la boca del metro casi resbalo. Ese momento juré vivirlo en cámara lenta. Otra cosa que tiene en común con la lluvia. Me senté en los blancos asientos que llamaban de mí. Y esperé que un gigantesco y resonante gusano moderno me lleve a mi destino como cada mañana. Me resulta inquietante ver a las personas que se encuentran del otro lado de la vía. Todas se comportan de una manera muy homogénea, en soledad y sin emitir ningún sonido. Mi profunda observación se esfumó al notar el ligero viento acariciar mi rostro. Guardo mi móvil en mi bolsillo derecho y como si de una alfombra roja se tratase. Tiene sentido, ya que la línea que me lleva a mi destino contiene ese color. Me senté al lado de la barra y descansé mi cabeza en ella. Al pasar 5 minutos una voz comienza a susurrarme cosas que no logro comprender. Noto cómo mi cuerpo se tensa y el miedo comienza a acecharme de cerca. Me armo de valor y decido poner la vista al frente para ver quién era. Me froté los ojos bruscamente para comprobar que no estaba soñando, se está acercando más, el miedo se está acercando más. Al pasar 15 minutos, las voces se fueron, empecé a relajarme. Creí estar loca porque juré ver aparecer y desaparecer a un hombre de altura media, pelo oscuro como la noche y con un rostro muy apuesto, pero a su vez lucía cansado. Mi pánico se apoderó de mí por completo al ver que este señor apareció de la nada a mi lado, mirándome fijamente con sus ojos castaños, como si me conociera de toda la vida. Su voz se dirigió a mí con palabras muy cálidas, como las que utilizaba mi padre cuando era pequeña. Claro, ese rostro tan apuesto no podía poseerlo ninguna de las personas que se encuentran aquí. Abrí los ojos como platos al darme cuenta de que era él. Puso sus manos sobre las mías para tranquilizarme. Platicamos un rato de cómo iba todo sin él, pero como dije, sólo fue un rato. Un fuerte sonido se fue formando al final del metro. Yo estaba muy asustada y fue a más cuando vi que mi padre expresaba dulzura en su cara. Su mirada era triste y me dejó caer que no nos volveríamos a ver. El ruido era insoportable, como si exclamara algo. Yo sabía que ese algo era él. Mis manos no podían soltarlo, se aferraban a el porque eran conscientes de que nunca volverían a sentir su presencia otra vez. Él se paró e inició a caminar hacia el intenso sonido que gritaba su llegada. Al final de todo esto, no lo notaba por ningún lado. Se fue y me quedé con mucho que decirle, que mostrarle. Mis lágrimas comenzaron a brotar sin parar. Era todo muy inesperado. Solo pedía un poco más, solo un poco más. De repente una mano muy fría me tocó el hombro y me dijo que era la última parada. No me lo podía creer, esto no podía pasarme a mí otra vez… Otra vez, me quedé dormida en el metro de la línea roja.
Categoría de 13 i 17 años. Eduard Fontsere