El último vagón
Era un día lluvioso, como lo habían sido todos los de la semana, me dirigía a la estación de metro como de costumbre. Estaba llegando tarde, así que me apresuré hasta el andén.
Me subí al tren, estaba lleno, pero aún quedaba un lugar libre. Aunque aquel día parecía normal, algo me decía que no lo iba a ser. Aquello me ilusionaba, pues mi vida era bastante monótona y cualquier cosa fuera de la rutina me hacía feliz.
De repente se apagaron las luces y el tren dio una fuerte sacudida. Lo último que logré escuchar fue el conductor diciendo desde los megáfonos que habíamos chocado.
Cuándo abrí los ojos, el vagón se encontraba solitario y las luces parpadeaban, no sabía qué ocurría, todo era tan raro…
Las puertas se abrieron y de ellas entró humo. Salí apresuradamente, y la estación era distinta a como yo la recordaba. Parecía que hace años nadie la había limpiado, además no era de la época actual.
A lo lejos vi a un chico que parecía igual de perdido que yo.
- ¡Ey!
- ¿Sabes dónde estamos? - le pregunté.
Él negó con la cabeza. Empecé a conversar con él. Descubrí que se llamaba Mario, y era de Barcelona, igual que yo.
Al salir de la estación, nos dimos cuenta de que nos encontrábamos en otra Barcelona, en una de hace 100 años. Caminando por las calles, nos miraban raro, sobre todo un hombre que vestía una gabardina.
- ¿Sois viajeros de Zarkovia? - Nos preguntó.
- ¿Quién es?
- Venís del futuro, ¿verdad?
- Así es, ¿pero quién es ese? - insistí.
- Es un científico loco, yo también soy de vuestra época, fue él quien me dejó encerrado en 1927.
- Nosotros hemos llegado aquí en metro.
- ¡Eso es justo lo que hace!
- Pues intentemos encontrar la manera de volver al presente.
- Me temo que no va a poder ser.
- ¡Pues claro que lo conseguiremos! - exclamó Mario.
- Cuéntanos, ¿qué sabes de él?
El misterioso hombre nos reveló que ese tal Zarkovia construía trenes y los chocaba contra otros, y aquellas colisiones producían viajes en el tiempo. Nuestro plan para detenerlo fue esperar en la estación un choque, ahí lograríamos atraparle.
Tuvimos suerte, pues no tuvimos que estar ahí una eternidad, en unas horas ya había sucedido. Sigilosamente, entramos al tren del científico.
- ¿Ahora qué hacemos? - me preguntó Mario.
- No se, tirale algo.
Él no pareció captar mi ironía, así que le arrojó el extintor de incendios, dejándole inconsciente.
- ¡¿QUÉ HACES LOCO?! - Le grité.
- Yo de ti le agradecería.- me cortó el hombre misterioso.
Sacamos a Zarkovia del vagón.
- ¿Crees que deberíamos llevarle con nosotros? - pregunté al hombre.
- Se lo merece, ha hecho cosas terribles.
- Pero..
- Vayámonos, antes de que se recupere – me interrumpió Mario.
Arrancó el tren, y de milagro llegamos a 2025. El hombre se despidió de nosotros, sin decirnos su nombre, por supuesto. Mario y yo nos miramos fijamente.
- Hace rato que he llegado tarde al trabajo, ¿quieres un café? - propuse.
- Estábamos tan ocupados viajando en el tiempo que no nos ha dado tiempo de hablar.
Durante el camino me reí con él más que nunca, y compartimos pensamientos.
- Me da pena que el mundo se pierda la máquina del tiempo, hubiera sido un gran invento.
- Es mejor así, el mundo no está preparado para tal descubrimiento, le darían un mal uso. - me respondió.
Categoría de 8 a 12 años. Institut J R Benapres