Lo recuerdo

Lara

Cuando me levanto aún es de noche y una espesa niebla lo cubre todo. No abundan las estrellas en el firmamento, ni los pájaros en el contaminado cielo. La calle estaba vacía y el metro también. En mi mundo, Reox, la gente no interacciona entre sí. No sé como son los demás, ni quienes son, ni donde están. Nuestros chips inhibidores nos ocultan a la vista de los demás y nos avisan si vamos a colisionar con un suave pitido. Me siento en el andén. Debe estar lleno, deduzco, porque las luces que indican si los asientos están ocupados son mayoritariamente rojas. Espero dos minutos, con la mirada perdida en los anuncios de las paredes y la pierna moviéndose sola de puro nerviosismo. 


 


A los diez años aprendí la palabra madre, y padre también, porque siempre me habían cuidado robots. Me cambiaron los pañales y me mecieron cuando lloré. Cada mañana al levantarme me ayudaron a vestirme y me enseñaron a andar. Y se supone que eso hacían los padres. Me pareció inconcebible que hace tan solo cincuenta años la gente se relacionara. El metro llega y subo nada más abrirse las puertas. Parece que todos los asientos están ocupados, así que me quedo de pie, apoyándome en una barra. 


 


—¡Feliz 200 aniversario del metro de Barcelona! —Suena una voz robótica por el altavoz. — ¡Y recuerda, el infierno son los otros!


 


Quizás es cierto, pero, ¿de qué forma lo puedo yo comprobar? El metro para, pero las puertas no se abren, parece que nadie ha querido subir. Arranca de nuevo y yo me vuelvo a entregar a mis pensamientos.


 


¿Todas las personas serán como yo? ¿Todas tendrán dos ojos y diez dedos? ¿Todas serán pelirrojas como yo, o habrá gente con el pelo amarillo o azul? Ojalá lo supiera, ahora me pasaré meses dándole vuelt…


 


—¡Ayuda! —Me interrumpe una voz. 


 


Me giro pero no veo nada, así que vuelvo a mi sitio. La voz vuelve a sonar y esta vez cuando me giro, puedo percibir una silueta humana. Poco a poco deja de ser un borrón transparente e indefinido para pasar a ser una persona real, detallada y delimitada. Nunca he visto un hombre al igual que nunca he visto a otra mujer que no sea yo. Deduzco que lo debe ser porque tiene pelos en la barbilla y debajo de la nariz. Me saca un palmo, es alto, aunque tampoco sé si es que yo soy muy baja. Tiene el pelo rizado y completamente blanco. Repite de nuevo su petición de socorro y se mueve histérico de un lado a otro. En su locura se acerca a mí e ignora el pitido que suena avisando de la inminente colisión. Chocamos. Es una experiencia nueva para mí, mi cuerpo nunca había sido sacudido con tanta violencia. Me retiro un par de pasos, asustada.


 


—Ayudadme, me persiguen. Quieren que calle para que continuéis haciendo lo que dicen. Me quieren silenciar, para seguiros controlando. Os controlan, el infierno es la soledad, no hagáis caso, despertad. Recuerdo cómo era todo antes, lo recuerdo. Era mejor, os lo aseguro. Las madres llevaban a sus hijos de la mano al parque, y las parejas salían a cenar, y los amigos quedaban, y los abuelos daban propina, y la gente hablaba del tiempo, y de los hijos, y del trabajo. La vida era divertida, no permitáis que la monotonía os engulla…


 


Quise hablar, decir algo aunque solo fuera “hola”, pero de mi boca solo salió un sonido ahogado, porque, ¿de qué forma iba yo a saber hablar, si no había motivo alguno para que me hubieran enseñado?


 


 

Categoría de 13 i 17 años. Instituto Viladomat

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