Silueta difuminada
La lluvia se funde con el asfalto, limpiando de impurezas las calles. Un sinfín de mares yendo y viniendo como antorchas iluminadas de vida. Y yo allí, con el agua cayendo como manantiales. Esa lluvia sanadora de mi silueta ya difuminada, que lleva tanta luz como paz a mi alma despojada. No me cala, no me traspasa. La sensación de soledad y de bagaje por este mundo sin fin me ha atrapado. Sin amor, sin anclajes, sólo oigo el murmullo desolador de mi voz silenciada. Aúllo bajo la noche como lobo sin manada, mi voz no tiene eco. Los autobuses pasan de largo, no me ven. No hay pasajeros. Los paraguas se han perdido en el tiempo. Me gustaría ampararme en este dulce momento de agujas húmedas y sinuosas. Pero ya no existo, soy lo que soy. Una errante de pasatiempos sin destino ni final. Una simple pieza de ajedrez olvidada en el cajón más recóndito. El peón sin tablero. Olvidé las reglas del juego, ya no hay grises ni colores vivos. Blancos y negros, y la nada. Un sutil sonido se escucha en la lejanía, es el día que va despertando de su letargo. Pero yo sigo vagando sin rumbo, con los pies descalzos. El frío no me llega, no me atraviesa. Silueta de fantasma adormecida. Piel sin piel. Mis pasos llevan el camino del destierro. Sin prisas, con calma, me voy despidiendo de mis cascadas adoradas. Mi día se acabó y ahora miro el reloj de arena que llevo como corazón. No late, sólo pasa como esta lluvia que me rodea y me encierra. Una boca de metro desierta. La prisión se acaba, la luna brilla y me llama. Y yo voy con ella.