Caperucita en la línea verde

Ágata

Caperucita salió del metro en dirección a casa de su abuela, como cada jueves iba con su cesta llena de fruta y un pastel de calabaza que ella misma había hecho. Ésta vivía en una pequeña casa muy cerca de Collserola, rodeada de naturaleza.


Al llegar le pareció extraño, pues la puerta estaba abierta, tras un momento de vacilación se dispuso a entrar.


Cuál fue su sorpresa cuando vio a su querida yaya, en cama y con muy mal aspecto.


 


-Abuelita, qué ojos más grandes tienes...


-Abuelita qué orejas más grandes tienes...


 


-¡Caperucita no sigas por ahí, que no soy tu abuela!


-Soy el lobo, pero no te asustes, no te voy a comer, hace tiempo que soy vegetariano.


-Tu querida abuelita se ha ido con sus amigas de viaje y me ha dejado al cuidado de la casa.


-Si quieres nos zampamos tranquilamente la merienda y luego ya veremos -dijo, relamiéndose el hocico, mientras miraba la cesta.


Dicho y hecho, arrasaron con el contenido de ésta, sobre todo el lobo, que tenía un hambre canina.


Ya con la barriga llena éste le contó que hacía mucho tiempo que conocía a la anciana, eran amigos y confidentes. Él la había animado a viajar, pues la veía un poco alicaída últimamente.


Después de una larga tertulia, el lobo le sugirió a la joven visitar a su amigo el cazador. Caperucita, asustada, le dijo que si no tenía miedo de él.


-Somos colegas, ahora se dedica a plantar hortalizas en su pequeño huerto, le ayudo en lo que puedo a cambio de unas cuantas verduras.


Al rato llegaron a casa de su amigo y decidieron entre los tres, coger el metro hasta un nuevo restaurante vegano que habían abierto cerca de la estación de Lesseps. Al parecer hacían unas berenjenas rebozadas, que quitaban el sentido.


El lobo ya estaba salivando cuando se aproximaron al metro, camino del restaurante. Una sonrisa se reflejó en su boca y enseñando sus enormes fauces, dijo por lo bajini:


-Colorín, colorado, este cuento se acabado y pronto de verduras me pondré morado.


 


Despertó sobresaltada, en el mismo instante que el tren llegaba a la estación de Lesseps. 


Aún aturdida, bajaba del convoy, cuando le pareció ver de reojo, a un hombre corpulento acompañado de una joven y un lobo.


¿Un lobo? Sin duda seguía dormida, pensó, mientras se pellizcaba ligeramente el brazo.

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