LAS JOYAS DE MI COFRE
Llueve mucho. Cada vez con más fuerza.
Estación de Florida, las siete de la mañana. He salido a tomar un poco el aire y observo el despertar del día. Voy fijándome en detalles triviales pero significativos para un trabajador que diariamente pasa ocho horas bajo tierra; saben a gloria, convirtiéndose cada uno de ellos en pequeñas perlas diarias capaces de llenar una caja virtual de energía con la que poder continuar con la jornada laboral.
Una gaviota se ha posado en el techo de un taxi. Comienza a mirarme como si de una persona se tratara. El taxista arranca y la gaviota con el agua acumulada en el techo resbala y cae en el maletero echando a volar asustada. Mientras alza el vuelo gira su cabecilla y vuelve a mirarme como riéndose de lo que le acababa de ocurrir. También yo me río. Sintonía entre los dos. La primera perla matutina. Bravo.
Del edificio más cercano sale un anciano a la calle. Percibe que la lluvia arrecia y regresa de nuevo a su portería. Un joven que pasa por su lado le pregunta algo. Al instante veo que los dos se refugian en el paraguas del joven. Se acercan a la estación y el anciano agradece el gesto a su generoso joven. Otra joyita más del día. La caja va llenándose.
Nubes negras en todas direcciones indicando una buena tormenta. Inmediatamente se produce el inevitable y formidable rayo; enorme, ilumina toda la calle Florida. Parece que las farolas por un momento hayan captado toda la intensidad que la central eléctrica les pueda suministrar. Al instante, el ruido ensordecedor del trueno. Vaya trueno. Ni la mascletà de Valencia en días de Fallas puede conseguir reproducir un sonido tan atronador. Todo un espectáculo gratis a mis pies. Y sigo sumando. Esta joya ha brillado más que las demás. A la caja.
Han pasado los veinte minutos de gloria, he de volver al puesto de trabajo, al ambiente oscuro y artificial que me espera descendiendo por las escaleras que tengo enfrente de mí. Al llegar al último escalón y entrar en el vestíbulo distingo una caja abandonada junto a los validadores. El vigilante de la estación se acerca y entre los dos la abrimos. Sorpresa. En su interior hay tres palomas. Nos miramos los dos atónitos, volando inmediatamente una pregunta en el aire, ¿Qué hacemos con ellas? Llamamos a la Central de Seguridad y nos contestan que Guardia Urbana vendrá a buscarlas. El vigilante me comenta que les podíamos dar de comer y beber mientras esperamos que se las lleven. Él mismo, de su bocadillo, trocea un pedazo de pan y lo introduce en la caja; de igual manera, secciona su botella de agua por la mitad, la que tiene para pasar toda su jornada, y a modo de cuenco lo introduce igualmente a las palomas. Observo todos los detalles y pienso que el ambiente oscuro y artificial que me encuentro a diario, en ese momento se ha iluminado, desprendiendo realidad y generosidad por todas partes. Otra perla. Y ésta vez sin salir a la calle.
Sin tener conciencia de ello, he llenado por hoy mi caja de joyas. Se acerca la hora de irme. Recojo mis perlas pensando que sin ir a la joyería, cada día lleno mi particular cofre sin pagar ni un euro. Guardaré la llave por hoy con la esperanza de que vuelva a relucir al abrirlo mañana con nuevos diamantes en bruto, a los que únicamente les falta un poco de admiración y paciencia para poder contemplarlos en toda su brillantez.