Escala de grises

Roma Baigorri

Cuando era pequeño y tenía solo 7 años y no 8, me pasó algo que no le he contado a nadie hasta ahora. En verdad lo que vi lo vio más gente. Lo importante es lo que comencé a ver después de aquello.


Iba con mamá a la estación de metro para ir a ver a papá. Esa semana me tocaba pasarla con él. Hacía un tiempo que mis papás habían dejado de vivir juntos y cada semana tenía que irme a ver al otro, cogiendo siempre la línea azul de metro.


Cuando venía mi tren, vi a un hombre tirar a una señora a las vías, justo delante mío. El hombre malo se fue corriendo muy rápido y se escapó. Con la mujer no sé qué pasó; mamá nos sacó rápido fuera del metro antes de que pudiese ver más.


Desde ese día le tengo pánico al metro y veo a la gente de colores. Sé que suena raro, por eso no se lo había dicho a nadie. No soy daltónico, como le pasa al abuelo. No. Yo sé que el cielo es azul, que una rosa es roja... Y sé que las personas tenemos diferentes colores de pelo, de ojos.... Yo siempre he tenido la piel morena, el pelo marrón y los ojos verdes y sigo viéndome así en el espejo. Los otros niños, en cambio, son todo blancos, como una hoja de papel. Los mayores son de todo tipo de colores; los hay azules, lilas… Incluso he visto a algunos con diferentes colores a la vez.


 


El hombre malo del metro en cuanto se fue corriendo se volvió gris, y eso, junto a que el chico del parque que nos tiró a mi y a mi amigo Isma al barro también era gris, hace que sepa que las gente gris no es buena.


 


Hoy he escuchado a mamá decir que me llevará con papá.


-Llevas meses sin ir a ver a tu padre, Biel. Vamos a hacerlo juntos, ¿vale? Tú puedes, cariño.


Me coge fuerte de la mano mientras me mira desde arriba, pero no me acabo de sentir seguro; me cuesta respirar al llegar al andén, el corazón me va muy rápido, me tiemblan las manos... La estación está llena de gente de todos los colores. Si ellos pueden, yo también.


-Mamá, mira a ese señor -le señalo un hombre al final del andén. Lleva colgada a la espalda una mochilaza. Es un hombre de color gris- Seguro que va a hacer algo malo. 


-¿Qué le pasa, cariño?


-Es gris, mamá. Sé que soy pequeño, pero tienes que creerme, hay que hacer algo.


-Biel, cálmate, estás montando un espectáculo. - Puede que tenga razón, pero me da miedo que el hombre gris  tire a otra señora a las vías o algo peor.


Me suelto de mamá, corro hacia el que parece ser policía al lado de la entrada. Es de color verde, como la enfermera que me cura en el cole:


-Señor policía, ese señor de ahí es malo -Vuelvo a señalar al hombre gris. Es adulto y yo un niño, no me hará caso-  Crea en mí, por favor, aunque sea un niño. 


-Espero que el pobre hombre esté de buen humor... Vamos, chico.


Mamá le pide perdón al policía muchas veces mientras nos sigue por detrás.Cuando el hombre gris ve que vamos hacia él, abre los ojos como platos y sale corriendo. El policía va tras él. Mamá y yo nos quedamos observando la escena, quietos.


Resulta ser que el hombre gris llevaba ni más ni menos que una bomba en la mochila. El policía me da las gracias llamándome “héroe”, sin entender nada.


-        ¿Hay algo que me quieras contar, Biel?- me pregunta mamá, con el tono que pone cuando me dice que tengo que acabarme toda la verdura. Quizás me entienda. O no. Lo del metro ya lo entendía; había comenzado a ir en coche al trabajo tras el “incidente” y nunca lo hacía porque “la gasolina estaba muy cara”. Pero al fin y al cabo, era mamá.


-        Sí, mamá. Te tengo que contar una cosa.

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