El autor
El autor busca inspiración para un nuevo relato recorriendo de punta a punta la línea 1 de metro. Observa disimuladamente a todos los pasajeros que le rodean. Nadie le presta atención. Nadie aparta la vista de su móvil.
Un chico y una chica que parecen viajar solos captan su atención. Están separados por varios metros, aparentan la misma edad, una complexión similar y el mismo estatus social. El autor imagina una historia de amor entre esos dos desconocidos cuyas miradas furtivas acaban propiciando una tragedia mayor que la de Romeo y Julieta. Y se le ocurre que el relato no tiene por qué ser sobre un hombre y una mujer. Puede ser sobre dos personas de las que no se precise el género, dándole así la oportunidad de aderezar el relato con un inesperado giro final.
A su lado, un hombre de unos cincuenta años con ropa pasada de moda masculla improperios junto a la puerta. Su mirada es agresiva. Tiene sobrepeso y poco pelo en la cabeza. El poco que le queda lo tiene alborotado. Una barba de cuatro días y alguna que otra mancha en la ropa le otorgan un aspecto poco aseado. En la otra punta del vagón un joven de unos veinte años sonríe con la despreocupación propia de su edad. Viste moderno sin parecer un fantoche. Luce una buena cabellera y un aspecto atlético saludable. Parece un superhéroe, y el tipo gordo de la puerta su archienemigo.
Un hombre mayor toma asiento justo delante del autor. No podría precisar la edad, pero sin duda es un anciano. No lleva móvil, ni libro. Nada con lo que distraerse. Ni siquiera unos auriculares que demuestren que se aísla del mundo escuchando un podcast o música. Toda su atención se centra en la persona que tiene delante. Fija su mirada en el autor y sonríe.
El autor reconoce esa mirada. Esa sonrisa. Una mirada y una sonrisa que le ha sido devuelta millones de veces reflejada en espejos. Se reconoce en ese viejo que tiene delante. No sabe cómo, pero sabe que es él mismo dentro de muchos años. Un viajero en el tiempo que ha venido a su encuentro.