Sujetos Perdidos
Tengo que encontrar a mi mamá. Hace dos días que unos desconocidos se la llevaron tapada porque estaba muy fría. Mamá siempre tenía frío y yo intentaba mantenerla caliente. Pero esta vez no pude. – Tú te quedas aquí, pequeñín – me dijo uno de los extraños. ¡Ni hablar! Yo quería estar con mi mamá. Por eso, corrí y corrí. Os juro que nunca en mi vida había corrido tanto. Pero no pude alcanzarles. Ahora estaba perdido, asustado y hambriento. Entonces, noté un aire calentito en la cara y me acerqué. – Sí, estoy en La Sagrera, voy a ver a mamá. Estoy a un par de paradas. Nos vemos ahora – oí decir a una joven. Había dicho ir “a ver a mamá” entonces, ¡ella sabía dónde estaba! – Hola, pequeñín – me saludó – Hola, perdona, ¿tú sabes dónde está mi mamá? – le pregunté y la joven miró su reloj. – Lo siento, me tengo que ir. Adiós – me dijo mientras bajaba por las escaleras del metro. ¡Menuda impertinente! – Eh, tú, ¡llévame con mi mama ahora mismo! – le grité mientras la perseguía. – Vete, por favor – me dijo la muy sinvergüenza. – ¡QUIERO IR CON MI MAMÁ! – grité con todas mis fuerzas. – Lo siento, ¡no te puedo llevar conmigo! – me dijo mientras se montaba en el metro. No me rendí. Iba a buscar a mi mamá hasta mi último aliento. Estaba tan cerca… no podía más. Me dejé llevar por el peso del cansancio y el hambre y me tumbé ahí mismo. – ¿Va con usted? – preguntó un hombre de uniforme. – No, no. Estaba solo en la parada… iba a avisar ahora a seguridad – le contestó la joven. – Bueno, pues ya está aquí el de seguridad. Somos muy estrictos con los polizones, eh. – me dijo el hombre mientras se agachaba para acariciarme. Lo único que gruñeron fueron mis tripas. – ¿Tienes hambre, pequeño? Vamos, ven conmigo. – Me cogió en brazos. Estaba tan cansado. Algo de comida me vendría bien. – A ver, información. Tengo dudas sobre este objeto perdido… bueno, “sujeto perdido” mejor dicho – dijo el hombre de seguridad a una mujer – Ay Dios, ¿de dónde ha salido esta cosita? – le contestó mientras se acercaba – Bueno, pequeño, te presento a Alba, tu nueva mamá – La mujer le miró desconcertada. –¿Qué? Ay, Dios…bueno, me lo llevaré y mañana vamos a un veterinario para que le busquen el chip – dijo mientras me acariciaba. Esa noche dormí como si nunca hubiese pegado ojo. Tenía comida, agua, un lugar mullido donde dormir… Alba me había dado todo lo que necesitaba y más. Ahora podía seguir buscando a mi mamá. Y eso hice. Me escapé en un descuido de Alba y retomé la búsqueda. Anduve. Corrí. Olfateé cosas inimaginables (algunas no muy recomendables) pero nada. Seguí buscando hasta volver a estar hambriento y exhausto de nuevo. Entonces, reconocí un olor familiar y lo seguí. ¡Era en la estación! Entré y ahí estaba. El olor familiar no era mi mamá. Era de Alba. Quizás me daba algo de comer o, al menos, podría descansar un poco. Corrió hacia mí en cuanto me vio. – ¿Dónde te habías metido? ¡Me tenías muy preocupada! – exclamó mientras me cogía en brazos. Me acurruqué entre ellos y miré a mi alrededor. – La estación – me dije a mí mismo –. Aquí dentro estaré seguro cuando ahí fuera se ponga difícil – suspiré aliviado y me quedé dormido.
Nunca dejaré de buscar a mi mamá, pero ahora sé dónde volver para poder llegar a mi destino.