EL HADA DEL METRO
El Hada del metro
El metro de Barcelona no es solo un medio de transporte. En sus túneles y vagones han pasado cien años de historias: historias de amor, encuentros, despedidas, prisas, libros leídos y músicas escuchadas en auriculares. Cambios de infraestructuras, con túneles más estrechos, estaciones decoradas con azulejos de estilo clásico, sin escaleras mecánicas ni puertas automáticas, los vagones eran más pequeños, de madera y sin aire acondicionado. El primer metro conectaba Lesseps con Cataluña, con paradas en Diagonal y Aragón. Era un metro muy rudimentario. Pero... hay algo que muy pocos saben del metro de Barcelona. Desde 1924, entre los túneles hay un ser mágico que vela por los pasajeros. La llaman el Hada del Metro.
Se llama Lisa, y nadie sabe cómo llegó allí ni cómo apareció. Algunos dicen que nació del susurro del viento en el túnel de la estación de Lesseps, otros, que apareció con la chispa del primer tren al arrancar. Lo cierto es que, desde hace un siglo, Lisa se esconde entre los carteles y las puertas automáticas, observando a los pasajeros, y esperando el momento de actuar.
Aquella noche, cuando los últimos trenes recorrían la ciudad y las luces parpadeaban antes de cerrar, Lisa se inquietó, notó un pequeño aleteo en sus alas. En un vagón, una niña llamada Andrea viajaba con su madre, que estaba embarazada. Andrea estaba muy emocionada por su primer viaje en metro de noche, habían ido al teatro, pero su alegría se desvaneció al ver que nadie le cedía un asiento a su mamá, aunque su barriga era evidente.
Lisa suspiró, cerró sus ojos y desplegó sus alas invisibles. Entonces, cogió aire y sopló, el tren se balanceó un instante. Y un hombre que estaba absorto en su móvil levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de su madre. De repente sin saber por qué, el hombre sintió un impulso, guardó su teléfono en el bolsillo de la chaqueta y se levantó para cederle el asiento. Andrea sonrió, inclinó la cabeza y le dio las gracias.
Pero Lisa aún tenía mucho trabajo que hacer. En otro vagón, un grupo de amigos hablaba y reía en voz alta sin darse cuenta de que, en un asiento cercano, un señor intentaba leer y una mujer agotada por el trabajo cabeceaba y despertaba con cada carcajada. Lisa movió un dedo en el aire y una brisa muy suave recorrió el vagón. De repente, sin ninguna razón, los chicos bajaron la voz, como si hubieran captado la magia en ese momento. Y la calma volvió a reinar en el vagón.
Cuando el metro llegó a su última parada, Lisa voló hasta su secreto rincón, un refugio hecho con billetes y viejos objetos que se habían olvidado los pasajeros. Ella sabía que no podía cambiar el mundo de golpe, pero con estos pequeños gestos, día tras día, hacía que Barcelona fuera un lugar un poquito más cívico y amable.
Y así, entre andenes y vagones, desde hace cien años, el Hada del Metro sigue ahí. Quizá nadie la vea, pero si tú alguna vez sientes un impulso de ceder tu asiento o de bajar la voz sin saber por qué, igual...., tal vez...., haya sido cosa de Lisa.