La primavera.
Se había cansado de volar, así que un día decidió que era hora de aterrizar y poner los pies en la tierra, como siempre se lo habían pedido. Así que dejó de andar en las nubes y se convirtió en una historia cualquiera, una más en la inmensa multitud del mundo. Tenía poca gracia, así que pasaba desapercibida donde quiera que iba. Se desprendió de todo vínculo humano y se echó a andar. Sabía que nadie la echaría de menos. Caminó tan lejos que no dejó a nadie a quien decir adiós. Justo en el momento cuando estaba lista para irse definitivamente de este mundo que nunca pudo entender, una mano se extendió de la nada. Llevaba un reloj en la muñeca, lo cual la hizo despertar. Era como venida del pasado, arrugada y blanca. Entonces se agarró tan fuerte de ella que sus pies se convirtieron en raíces. Su alma encontró la primavera para empezar a florecer. Aún en los inviernos siente miedo del viento frío; en los otoños le cuesta desprenderse de sus hojas para dejar ir lo que ya cumplió su tiempo; en el verano agradece el calor. Ahora solo acepta que cada día tiene su propio afán y que estamos hechos de ciclos al azar. Sonó la alarma de su reloj. Se quitó los cascos de los oídos y terminó su viaje en la ruta subterránea que la llevaba a su trabajo en la línea 9, en la parada de Mercabarna. Y aunque en su cabeza, llena de historias, ella era una elegida de los dioses, tenía que morderse los labios y seguir aparentando ser una más, hasta que vuelva la primavera al subir al vagón de la línea 9.