EL RITMO DE LA LÍNEA VERDE

Kelly

 


 


Un día cualquiera en la ciudad de Barcelona, la gente sentada y de pie en los dos andenes de la estación de Passeig de Gracia de la línea verde, no da la sensación de que vaya a pasa nada especial; hay un silencio sepulcral parecido al de  un cine antes de empezar la proyección de la película, no se escucha ni un murmullo. De repente, se oye un repiquetear de zapatos en la escalera de bajada de acceso al andén que rasga, semejante a un cuchillo, la cortina de la calma. Es un joven atlético y de pelo dorado con jersey turquesa, bailando claqué en los escalones, sus zapatos negros como el marfil repiquetean rítmicamente. Va bajando poco a poco hasta legar al suelo. Entonces, saca a bailar a una señora mayor de pelo plateado y vestido de color de las cerezas y empiezan a bailar salsa; los dos enajenados parecen transportados a otra dimensión planetaria.


Después, en el otro andén, una hombre jubilado calvo y corto de vista, con traje y corbata, suelta el bastón, se levanta del asiento y comienza a bailotear de improviso Break dance igual que los muchachos de la ciudad de Nueva York. La gente se mira asombrada e incrédula ante lo que está pasando, no da crédito; y más cuando una pareja de okupas adolescentes con piercings en orejas y nariz, y pelo verde, se ponen a bailar un vals como si una orquesta estuviera interpretando el Danubio Azul en el concierto de Año Nuevo. El no va más, es cuando un niño orondo y bajito con pantalones tejanos, empieza a danzar el Lago de los Cisnes igual que un bailarín de ballet clásico con sus mallas y sus zapatillas.


Poco a poco, las personas de la estación se van contagiando, como si se les hubiera transmitido un virus, y empiezan todos a bailar en estado de éxtasis. El frenesí y la embriaguez se han adueñado de Passeig de Gracia; algunos en solitario y otros en pareja, otros encima de los bancos; cada uno a su estilo, cada uno con mejor o peor maestría. La estación se ha convertido en una sala de baile en que no suena ninguna música, es una orgía de la danza, un aquelarre del movimiento y de la agitación en que el silencio impera sin que lo rompa ni el zumbido del volar de una mosca.


De improviso, hay una ruptura abrupta, el sonido de unos frenos, llegan dos metros de direcciones opuestas, y se paran en la estación y abren sus puertas. Todo se para, la gente deja el bailoteo, el estado de enajenación ha terminado; después de dejar salir los ocupantes de los vagones, entran ordenadamente en ellos con toda normalidad. La estación vuelve a la calma y la tranquilidad, reina la cordura por arte de magia como si no hubiera pasado nada.


 

Te ha gustado? Puedes compartirlo!