MI VERSO ES AMARILLO
MI VERSO ES AMARILLO
El metro es la medida del verso. Mi primer verso se inauguró en 1974, medía 22 estaciones y 17,3 kms. Lo pintaron de amarillo y la llamaron Linea 4. Supongo porque en volumen de viajes también es la cuarta. Es decir, mi primer viaje en metro fue, seguro, desde la estación de Llucmajor (que siempre, siempre, aunque le cambien de nombre, estará en la misma plaza Llucmajor) a vayan ustedes a saber.
Vamos, soy hijo adoptivo de esta línea en cuestión. Como hijo lo soy también de Nou Barris, aunque ahora vivo no muy lejos del barrio, pero - fiel a mi métrica favorita - mi estación ahora es Maragall, aunque la comparta con otra línea que nunca sentiré como mía. Pero cada vez que paseo por el mercado de la Guineueta, por la calle Alsacia, por la Zona Recreativa Barcinova, me siento en mi casa. Como extraño me siento cada vez que necesito transbordos en otras líneas. Paradas de otros extraños, de personas ajenas, de máquinas expendedoras amenazantes.
Y no crean, la línea que amo tenía ya una larga historia: parte de su trazado se puso en servicio en 1926. Pero eso entonces no importaba. Toda mi infancia, mi adolescencia y mi ¿primeriza madurez? transcurrió en torno a ella. Era una amiga, una amante, una compañera. Nunca me decepcionó, siempre que la necesité allí estuvo y me acompañó entre intervalos de varios minutos entre tren y tren. Era la aventura, el viaje a cines que ya no existen, a reuniones con mis amigos en épocas que no existían los móviles, al centro de la ciudad camino de l'Ovella Negra, a mi CAP, a mi dentista, a la piscina municipal a la que acudía, a la playa, a la aún no construida Diagonal Mar. Era, y es, mi pasado, mi presente y, seguro, mi futuro.
Tenía versos favoritos, claro. Paradas que me eran más familiares, que me cuidaban más. Eran mi Verdaguer, mi Girona (que más tarde adoraba mi hija por una academia de pintura que descubrió), mi Guinardó, mi Passeig de Gràcia - el centro neurálgico -, esa Urquinaona que daba a mi teatro favorito, esa seductora Joanic (qué bonito nombre: repítanlo conmigo: Joanic), la compuesta Ciutadella i Vila Olímpica, donde acudía por las mañanas al cine Icaria y, cuando estaba tristón, paseaba por las calles que besaban su playa...
La emblemática línea 4 era parte de mi familia. Mis padres, mi hermano y mi hija Olivia caminaban por sus vagones. De hecho, Olivia dió sus primeros pasos allí, como me imagino los di yo y los dió mi hermano. Varios carritos de bebé conocieron su acogedor entorno. Vimos muchos cambios de billetes y tarjetas, empleados amables que luego te enseñaron a utilizar esas maquinas que eran clavaditas a los Daleks del Dr. Who. Vimos entrar, con el tiempo, perros y bicicletas. Una vez estuve sentado al lado de la chica forjada en mis sueños que aún no he podido olvidar, en el largo trayecto entre Maragall y Llucmajor. Extraños en un tren. No le dije nada, pero caminé a su lado. En verano iba de Trinitat a La Pau para poder leer tebeos con aire acondicionado. Y leí centenares de ellos.
Ay, mi línea amarilla. Las estaciones de mis versos. Las paradas que hicieron, y hacen, de mi vida un folletín de Alejandro Dumas. Un folletín, una celebración que sigo disfrutando. Y ruego sigan ampliando sus horarios para abarcar todos mis futuros viajes. Te quiero, sí. Porque me has dado mucho. A ver si te correspondo.