Pañuelos de papel

Seni

Caminaba hipnotizado por el aleteo de una mariposa. Cada vez se ven menos en una cuidad tan grande. Mis ojos disfrutaban de la delicadeza de ese movimiento y mis pies me llevaban a las escaleras de entrada al metro de El Coll La Teixonera.


Aquella visión me hizo pensar en el efecto mariposa, ese que dice que lo que pasa en un lugar, repercute en otro a una distancia abstracta y desconocida.


Dibujé en mi cabeza una red de lÍneas que se cruzan y que forman un todo desordenado que nos lleva a instantes compartidos, como el que os paso a relatar:


En ese vagón de metro vi a una chica que luchaba con fuerza por no derramar unas lágrimas que pugnaba por salir de sus ojos. Terminaba una conversación telefónica, inquieta, nerviosa, tensa. Su mirada se perdía entre las miradas de los demás. Deseaba dejar fluir su emocion pero no tenía con que controlar el cauce de sus sentimientos.


La noticia recibida había provocado esa reacción, me preguntaba si de tristeza o de alegría, de pena o de júbilo, de oscuridad o de luz...


Estaba perdiendo la lucha por contener sus lagrimales y fuí a su rescate. Le ofrecí un pañuelo de papel, que acepto con una amplia sonrisa, de esas que provocan aún más ganas de llorar, llego a tiempo de secar su mirada y salir del apuro.


El misterio se desvelo, su emoción era alegre, acababa de recibir la noticia de que le había tocado un piso de protección oficial en el sorteo celebrado esa misma mañana. Su incertidumbre había llegado a su fin tras varios meses de angustia. 


 


Su camino en la vida era el reflejo de su trayecto en el metro. Se subió en Horta con la esperanza de recibir esa llamada, y aunque tuvo que hacer un transbordo en Maragall, llego a su destino con la alegría de la fortuna en su equipaje.


Bajó del vagón, se despidió con la mano en la que llevaba el pañuelo de papel y su instante de felicidad lo compartió conmigo, un desconocido que se alegró de su suerte.


Posiblemente no volveríamos a vernos, no sabríamos el uno del otro, yo no sabría hacia dónde va, si tiene familia, si le apasionan los gatos, si le gusta viajar o si es doctora y ella nunca sabrá que yo hago ese trayecto cada día, que me acabo de divorciar, que tengo un dálmata, que el fin de semana me voy a París y que soy el responsable de sorteos de las viviendas de protección oficial.


Cada uno sigue su camino, pero la vida nos lleva por un laberinto subterráneo,en el que las lágrimas pueden convertirse en la esperanza del que se cruza con nosotros.


 

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