Un billete de ida
2 a.m. al metro de Barcelona. No recuerdo muy bien de dónde vengo, ni tampoco a dónde voy, creo que a casa. Tengo en la mano un billete que no suelo usar. Vagón 0101 de la línea 1. Pocas personas, pero los asientos están todos ocupados. A mi lado, una joven sentada observa atenta su móvil. Aburrida, miro de reojo y veo que es una noticia, vuelvo la mirada para ver mejor y es la noticia del suicidio reciente de un hombre. La foto lo muestra sonriente en sus 50, con una cicatriz en su ojo izquierdo. A los minutos, me hallo concentrada intentando leer algo más de información; todo indica que saltó frente a un tren de la línea 1 que estaba llegando al andén. Mientras mi mente analizaba por qué una persona elegiría, de todas, ese tipo de muerte, al principio no reparo en el hombre con gorra que estaba sentado frente a la joven, pero luego de unos minutos no puedo sino notar que su cuerpo está completamente inmóvil, no acompaña de manera natural el traqueteo del vagón. Además, su mirada está fija, perdida, no mira a nadie, como si estuviera completamente solo.
No estoy segura de cuánto tiempo lo habré analizado, pero de pronto el rostro gira, me mira con unos ojos que ya no estaban perdidos y me sonríe, es cuando me percato de algo extraño en su ojo que no había visto antes… es una cicatriz a medio tapar por la gorra. Como un puñetazo, la incredulidad me golpea el estómago y... ¿es él? ¿Cómo es que...? Miles de preguntas se arremolinan muy rápido, pero la que me golpea las sienes a mil es ¿por qué... por qué me mira a mí?