Rebaños de ratas

Ikana Valdemoor

Aquel que se desplace habitualmente en metro se habrá dado cuenta de un hecho peculiar: los trenes tienden a detenerse en mitad de la nada, muchas veces frenando completamente en seco, arrancando protestas de algún pasajero disperso. Aquellos que viven con total normalidad en Mercuria (lo que viene a ser nuestro plano, nuestro mundo) no le darán mayor importancia a un hecho tan cotidiano.


Sin embargo, todo es por culpa de las ratas.


Los nosferatus, seres nocturnos que se alimentan de sangre y cuyo horror es su fealdad, se ocultan preferentemente en lugares así: alcantarillas, túneles abandonados, zonas no transitadas del metro. Sitios lejanos de la luz del sol, seguros y donde, con toda probabilidad, no serán molestados (quizá por algún cazador inoportuno o por otro hermano de nocturnidad). Son criaturas mayormente solitarias que cuentan con la única compañía de sus ghouls: las ratas. Aunque uno pudiera llegar a pensar que los nosferatus, por pertenecer al reino de la noche y estar obligados a alimentarse de sangre humana son criaturas malvadas y pueriles, lo cierto es que tienen su corazoncito. Y las ratas, que se cuentan a cientos, son su más preciada compañía. Les gusta tenerlas de mascota; son tan fiables como lo sería un can para un humano. Solo que, en cierta medida, mejores, ya que pasan increíblemente desapercibidas y obtienen información sumamente valiosa para un nosferatu (por si el lector lo ignora, los nosferatu consiguen mucho comerciando con la información). 


«El conocimiento es poder», podría ser un buen lema para ellos.


Pues bien. A veces las ratas se pierden o se equivocan de túneles, o tal vez la urgencia por regresar cuanto antes junto a sus amos es tan apremiante que olvidan ser cautas. Es por ello que, iluminando con sus faros la oscuridad, a veces los conductores de metros se encuentran súbitamente con estas peculiares manadas de ratas y, por no atropellarlas, frenan en seco.


 


Una vez tuve el placer de contemplar un espectáculo semejante. El nosferatu en cuestión se llamaba Elías y estaba regresando de pasear a sus fieles compañeras por los túneles adyacentes por donde tenía aquel su refugio. Habiéndose olvidado de las fechas de finalización de obra de mantenimiento, cruzó las vías, como esos últimos días, despreocupadamente. Entonces, para su terrible espanto, oyó el tren acercase a toda velocidad.


―¡Vamos, deprisa, deprisa!


Las ratas, alarmadas, echaron a correr. El metro, aunque descendió la velocidad, no se detuvo. No siempre lo hacen. Si no hubiera sido por el angustiado rostro del nosferatu, habría sido una situación cómica.


―A ver, a ver: Modesto, Porfirio, Flavio, Dulina, Delfina,Carla, Ludovic, Respicio, Emilia, Pierre, Romina… ―Siguió aquello un buen rato. Hasta que―: Un momento, ¿dónde está Gilda?


Si el corazón aún le latiera se le habría parado ipso facto. Fueron unos terribles segundos llenos de incertidumbre… Entonces un chillido sonó en el bolsillo del nosferatu Elías. Este respiró aliviado (el nosferatu, no el bolsillo).


―Menos mal. Ya me temía lo peor. Venga, vámonos. Os espera a todas un buen tentempié después del susto que nos hemos llevado. ¡En marcha!


El nosferatu se perdió en la oscuridad de los túneles. Es más que probable que no tuviera más incidentes durante esa noche.


 


Así pues, recuerda. Si el metro frena en seco, ya sabes por qué ;)

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