Las abuelas invisibles

Miretta

En el oscuro vagón del metro viajan un padre y unas niñas. Estas niñas no son sus hijas, o al menos no todas; pero ese dato es irrelevante para esta historia. La conversación del grupo es animada, insustancial, pero alegre, infantil, porque al fin y al cabo tienen alrededor de 12 años y solo piensan en el colegio y en el próximo capítulo de Jessie. Pero no, os estoy mintiendo. Debajo de sus risueñas expresiones se esconde el miedo; están asustadas de ellas mismas y las unas de las otras. “¿Serán mejores que yo? ¿Las querrá más Calina? ¿Por qué no puedo ser tan delgada como ellas?” Se preguntan constantemente. Todas tienen los mismos miedos, todas se tienen envidia, pero se callan. Se sonríen, se abrazan, se vitorean y cuando es día de competición se maquillan entre ellas y se hacen los moños. En cambio, en su casa lloran mirando al techo: lloran pensando en dejarlo, en lo felices que serían sin todas esas preocupaciones, en lo felices que serían si fuesen perfectas.


 


El oscuro vagón con el padre y las niñas es una escena que se repite casi cada día, porque ellas van casi cada día a entrenar. Sin embargo, un día la acción cambia. Una de las niñas está cansada de fingir, de sonreír, de entrenar, de llorar… Así que se queda callada y decide no sentarse al lado de sus compañeras. Ellas la miran extrañadas y la incitan a sentarse, pero ella no quiere. El padre la empuja suavemente para que vaya con sus amigas, pero la niña se queda anclada al suelo cogida de la barandilla. 



  • ¡No! - grita abruptamente-


Las risitas cesan por un momento. 



  • Ven a sentarte con nosotras, ¿por qué no lo haces? 


Porque no puedo soportarme, porque no os puedo soportar. Porque cada día me quiero menos y lo quiero dejar. Necesito pensar un rato, necesito descansar un rato. 



  • Porque hay alguien sentado ahí, no puedo.


Las chicas se giran a mirar el asiento vacío con el ceño fruncido. No hay nadie sentado, pero cuando se vuelven a mirar, la compañera que está de pie señala ese mismo asiento. Como no saben qué pensar se ríen, suponiendo que es una broma. Por primera vez se escucha también la risa del padre, que siempre va callado mirando al suelo, pensando en el trabajo. 



  • Veréis, puede que no me creáis, pero viajamos con las abuelas invisibles. Ellas son los espíritus de las abuelas de Barcelona, atrapadas en los túneles del metro, porque es la zona de Barcelona más cercana al inframundo. En vida no tuvieron la oportunidad de viajar; ese es el asunto pendiente que tienen que solucionar antes de atravesar el río llevadas por el barquero Caronte. - hace una pausa para tomar aire- Ahora mismo hay una ahí sentada, yo la puedo ver porque ella lo ha querido: no quiere que me siente encima de ella, así que se ha mostrado para que no lo haga. Son buena gente, pero tienen un carácter un poco agrio, así que si por accidente te sientas sobre ella o la empujas te cerrará la puerta en las narices cuando quieras salir.


Parece que haya estado hablando durante horas cuando por fin se calla. Sus compañeras de viaje la miran extrañadas y se encogen de hombros; de pronto ninguna tiene más ganas de reírse ni de hablar, así que se sientan, algunas mirando al frente y otras mirando al suelo. En el vagón reina el silencio.


 

Categoria de 13 a 17 anys. IES Icària

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