El Último Paraíso

Angel

Adán, un niño de 6 años despertó en un lugar de luz infinita. Todo era blanco, inmenso, eterno. Se incorporó y miró a su alrededor. A lo lejos, una figura resplandeciente avanzaba hacia él.


-Bienvenido, Adán -dijo la figura con voz profunda y serena.


-¿Eres Dios?


-Así es.


Adán se rascó la cabeza.


-¿Y por qué estoy aquí?


Dios sonrió con paciencia.


-Eso no importa ahora, lo importante es que estás en el Paraíso.


-Ya, pero... ¡no me acuerdo de cómo llegué aquí!


Dios chasqueó los dedos, y de repente aparecieron jardines de nubes, ríos dorados y aves majestuosas sobrevolando el cielo.


-Ven, Adán, quiero mostrarte tu nuevo hogar.


Pero Adán frunció el ceño sin saber la respuesta.


-Si estoy en el cielo, significa que estoy muerto, ¿verdad? ¡Quiero saber qué me pasó!


Dios suspiró, desviando la mirada.


-No deberías preocuparte por eso. Aquí serás feliz.


-¡Pero yo quiero saberlo!


De pronto, el cielo tembló. La luz se agrietó como un espejo roto y emergió algo monstruoso.


Leliel, el Ángel del Terror, descendía. Su cuerpo era un remolino de sombras y ojos sin párpados. A su paso, los ríos dorados se convirtieron en sangre demoníaca, las aves en cuervos que sonaban con hambre. El Paraíso se disolvió en una pesadilla.


Dios se interpuso entre Adán y Leliel.


-No es su momento.


Leliel ignoró la advertencia.


-¿Quieres saber cómo moriste? -susurró con una voz que no podía salir de la cabeza de Adán


-¡No! -gritó Dios.


Pero Adán, paralizado, asintió.


Las sombras de Leliel lo envolvieron y lo vio todo.


Estaba en la estación de metro de Barcelona. Un grupo de adultos encapuchados lo rodeaban. Le entregaron un control con un botón rojo y le dijeron que si lo presionaba, haría historia... ¡Que sería un héroe! Le dijeron que ETA necesitaba su ayuda.


Le hablaron de un Dios que premiaba a los valientes, que los mártires eran recibidos en un paraíso eterno. Que su sacrificio sería recordado. Adán, sin entender nada pero emocionado, lo apretó sin pensar mientras le decía a su madre:


-¡Mamá mira!


La explosión fue brutal. Un destello cegador iluminó los túneles. El aire se llenó de un calor abrasador. Los vagones se convirtieron en un infierno de metal y fuego. Las llamas fundían piel y hueso.


Su madre quedó atrapada en un asiento. Su rostro, antes cálido, se desprendía a pedazos, dejando dientes expuestos en una mueca congelada. Sus ojos, derretidos, escurrieron por sus mejillas como lágrimas negras. Su padre intentó arrastrarse hacia él, su pierna cercenada goteando sangre. Extendía sus dedos en vano.


-Tus padres lloraron hasta que no les quedó alma. Tu madre te llamaba mientras el fuego la devoraba. Tu padre intentó alcanzarte, pero solo encontró trozos de tu cuerpo.


Adán se puso a llorar.


-No... No puede ser...


-ETA te usó como a un cordero para el sacrificio. Y tú obedeciste… Buen chico…


¡NO ERES UN HÉROE, SOLO UN ASESINO!


Dios intentó consolarlo, pero Leliel sonrió.


-Y ahora, Dios, ¿qué harás? ¿Mentirás otra vez?


Antes de que Dios pudiera reaccionar, Leliel extendió sus sombras y lo envolvió. La luz divina se extinguió en un grito ahogado. Los cuervos se lanzaron sobre el cuerpo debilitado de Dios, arrancando su carne. Trozos de divinidad cayeron al suelo, marchitos. 


Dios fue devorado.


El cielo se resquebrajó. El Paraíso cayó. Las almas atrapadas gritaban, deformadas, arrastrándose entre los ríos de sangre.


Adán observó todo, sin poder moverse. Sus ojos reflejaban solo vacío.


El Paraíso ya no existía.


Solo quedaba el horror.

Categoria de 13 a 17 anys. fundacionflors

T'ha agradat? Pots compartir-lo!