El misterio de la estación

Misha

Ir y volver. Ese era el plan.


Todo empezó cuando una tía abuela le heredó a mi padre, heredó una casa en Barcelona. A mi padre le pareció buena idea ir a verla y pasar allí la tarde, porque él y mamá llevan queriéndose mudar desde hace mucho tiempo, pero yo pienso que nuestra casa estaba bien.


 


—Tranquila, solo le vamos a echar un vistazo: ir y volver. -me dijo mamá en el coche. Pero igualmente no pude dormir durante el viaje como otras veces.


 


Aparcamos frente a una casa muy grande donde cerca había una plaza.


 


—Es esta - dijo papá. Entonces, entré rezando que no fuera la casa perfecta.


 


Lo era.


Tenía una sala espaciosa con un sofá como el que mamá siempre quiere comprar por internet, pero nunca se decide a pedirlo. Tanto la cocina como el comedor eran enormes y había tres habitaciones con un baño cada una. Mis padres se quedaron sin palabras. Después de un buen rato muy incómodo, de silencio absoluto, mi padre dijo:


— Bueno, para ser la casa de la vieja tía Pilar, es... moderna.


 


No dije ni una palabra durante toda la tarde, no quería tener la charla de “nos mudamos”. Pero en verdad sabía que era la casa ideal para nosotros.


 


Mientras evitaba esa conversación, entre en la habitación que más me atrajo. Coloqué mi equipaje en una esquina y me tumbé en la cama. No sabía por qué, pero estaba muy cansada. 


 


Entonces lo vi.


Sobre el armario había un gato de color marrón que me miraba. Se bajó y se dirigió a una baldosa del suelo que estaba mal colocada. La empezó a separar intentando quitarla, entonces, no sé por qué, lo ayudé y cuando logré quitarla al fin, vi que había una pequeña escalera.


 


El gato me miró y luego miró hacia el pasadizo como si me indicara que entrase. Dudé. No conocía de nada a ese gato y tampoco a donde llevaba esa escalerilla, pero, por otra parte, me moría de curiosidad de saber qué había ahí abajo. Entonces me decidí. Iba a entrar, pero con precauciones: cogí mi linterna y una cuerda, até un extremo a la cama y el otro lo agarré yo.


 


Bajó primero el gato y yo lo seguí. La escalerilla no estaba tan oxidada como pensaba, como si alguien la hubiese usado recientemente. Después de la escalera había una especie de pasillo lleno de carteles antiguos. En el más grande ponía “Correos”.


 


El gato no parecía tan sorprendido como yo, no se paró a contemplar los carteles y siguió de largo por el pasillo. Cuando me iba a acercar a él me tropecé con algo de metal: unas vías. ¿El gato me había llevado a los túneles del metro? No. Parecía más bien… una estación abandonada.


 


—¿Tú sabías  que teníamos una estación debajo de nosotros?


 


El gato me sonrió sentado en un banco del andén. Me senté junto a él observando la estación.


 


Entonces se empezó a escuchar una especie de pitido y sentí unas vibraciones que cada vez eran más fuertes. Hasta que, de repente, el sonido ya no se pudo escuchar más fuerte. Se hizo tan insoportable que cerré los ojos, y entonces se detuvo en seco. Ahora lo que escuchaba no era ese pitido, sino personas hablando. Cuando abrí los ojos, la estación vieja y desierta ha cambiado: ahora estaba en buenas condiciones y llena de gente vestida muy elegante.


 


Sin entender qué pasaba me puse a razonar qué estaba sucediendo y entonces, se me ocurrió una locura.


—Disculpe. ¿En qué año estamos? -le pregunté a una chica.


 


—¡En qué año vamos a estar! Usted tiene que ser una muchachita muy ignorante para no saber que estamos en el año 1960. -me dijo en tono muy agudo.


Ir y volver, tal como estaba planeado, pero por el tiempo.

Categoria de 8 a 12 anys. Escola Pau Sans

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