BUSCANDO LA ESTACIÓN

SAPEREAUDE

Hoy siento que es un día especial, no me preguntes por qué... es simplemente una sensación. Salgo de casa como cada mañana en dirección a la estación de metro cercana a mi casa, El Carmel... Es curioso, cada paso que doy es como esa sensación de inquietud, nerviosismo y no acabo de comprender por qué, ya que es mi recorrido habitual de lunes a viernes, pero mi cuerpo va acelerado... Bajo las escaleras y me paro delante del panel donde detalla las estaciones de la línea y me invade un pensamiento: "Hoy no iremos donde siempre, hoy buscaremos una nueva estación, la estación FELICIDAD". Al volver a mi lado racional pienso que cómo voy a encontrar esa estación si no existe o por lo menos no la veo escrita en el pane,l pero algo me hace subirme al vagón con esa misión, la búsqueda de la estación inexistente.


 


Al entrar decido no sentarme ni realizar la rutina que mi cerebro tiene automatizada, nada de leer, nada de móvil, necesito estar atento a las señales, a los sonidos, a aquella pequeña cosa que pueda ayudarme a cumplir mi misión. Hoy al estar en ese estado de escucha activa empiezo a observar, a ser consciente de todo lo que sucede a mi alrededor, a las personas que me acompañan, ¿buscarán lo mismo que yo? ¿alguien conocerá la estación que busco?... Padres, madres, niños y niñas, jóvenes, adultos, personas mayores, mezcla de culturas, de estilos, de energías, de miradas, de lenguajes no verbales. Me fijo en una pareja, discutiendo, embargados en la emoción, no logro descifrar por qué discuten, pero tras un leve silencio, una mirada reconciliadora, entrañable, invitando a recuperar la calma y por fin un abrazo... Seguidamente una madre con su hija susurrando una canción... ¡esa me la sé! Dora la exploradora... es lo que tiene tener sobrinos pequeños. Ambas disfrutan de ese momento, único en el día, como si el tiempo mental se parase y sólo corriese el del reloj...


 


Recupero el pensamiento y sigo sin tener claro dónde se encuentra la estación Felicidad... Una pareja de ancianos, de la mano, sentados ante mí... mirándose sin hablar, sin articular palabra porque no les hace falta, ya que con los ojos se lo dicen todo. En ese instante, música, un chico, joven, de estilo desenfadado, sonriente, con su sombrero que la da ese toque bohemio y con su guitarra como una elongación de si mismo, sonando una música que invita a escucharla, a anclarse en los recuerdos, a dibujarme una sonrisa...


 


Dos adolescentes disfrutando de caricias, infantiles, juguetonas, en estado de enamoramiento mezclado con sus hormonas revolucionadas, ajenos al entorno con miradas cómplices y en ese momento, ¡llego a la solución de mi misión!


 


No existe esa estación, no hay una estación Felicidad pero no me siento mal por ello, porque hoy he entendido que la felicidad está en el viaje, no en llegar a cualquier destino, la felicidad es observar, contemplar, ser consciente, de interpretar lo que vemos de una manera que nos aporte, y he llegado a esa conclusión porque lo que he visto lo había visto cada uno de los días que iba en el metro, pero en cada uno de esos días era una molestia, una perturbación de mi paz, de mi espacio, pero hoy he comprendido que el viaje y yo somos la felicidad...

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