El chulo engañado

Marsopa

Pasadas las 10.50 de la noche, llegaba Miguel Santos a la estación del metro Sagrada Familia. Sacó un billete de las máquinas expendedoras y, sorteando un sinfín de viajeros, bajó de forma precipitada las escaleras que le llevaban al andén de la L2, dirección El Clot, segundos antes de partiera el último convoy que lo enlazaría con Rodalies. Ya no tenía nada más que hacer en Barcelona. Había venido tras ella como un perro en celo. Después de engatusarlo con engaño, afirmándolo como buen amante y persona mundana, sin escrúpulos ni miramientos se apoderó de todo su dinero y el de su novia y lo puso de patitas a la calle. La conoció una noche en un bar de carretera, de alterne y mala fama. De forma rutinaria, cada noche a las 23.30 se acercaba a buscar a su novia de toda la vida a la estación de tren para acompañarla a su casa. Una noche, después de dejarla, se fue con sus dos amigos del alma en busca de aventura y diversión, de una noche de tontuna y alcohol, mucho alcohol. La boca de cartón y esparto y aires de galán achorizado, Mercedes, así se llamaba la belleza que lo había encandilado, era una treintañera de prietas carnes y labios carnosos de rojo carmín. Tenía un "modus operandi" que la estaba haciendo de oro. Camelaba a un hombre (normalmente joven) y mostrándose muy enamorada y cautivada por su porte varonil... se lo llevaba a vivir con ella, a su casa, un piso compinchado con una familia que, cuando ella se iba, entraba para que en caso de denuncia pareciera que allí vivía una honrada familia. Al subir al metro, suspiró aliviado al sentir el suave zumbido que hacía al ponerse en marcha. Se sintió a salvo alejándose con... el rabo entre piernas. Escasos minutos duró el trayecto hasta El Clot, volvió a bajar con premura para subirse en Rodalies y coger el último tren de la noche. Era un capullo, un gilipollas que lo había abandonado todo, incluida Rosa... su primer amor, que lo amaba  sin fisuras, de forma limpia y honrosa. Volvía derrotado y avergonzado, con las manos en los bolsillos, pediría perdón a la familia, a... Rosa. Lucharía para volver a ser el hombre que un día fue. Una voz femenina autómata lo rescató de tanto cavilar y le hizo mirar la pantalla del monitor. "Próxima parada..." Agradeció al bajarse que fuera de noche y la estación estuviera casi vacía. El tren lo dejó apartado de la salida, caminaba despacio y oía unos pasos tras suyo de otro viajero que le antecedía, que seguía la misma dirección. Vio una silueta bajo el gran reloj que marcaba las 23.30. No distinguía si era un hombre o una mujer, se iba acercando y, agudizando la vista, era... era un hombre. Cuando estuvo cerca no tuvo duda. Era Antonio Morales ¡¡¡El padre de Rosa!!!.

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