EL AMOR EN TIEMPOS DE CONFINAMIENTO.

Ivanhoe.

-¿Así que quieres que te cuente la historia de cómo conocí a tu abuela, Pablito?-preguntó el abuelo, sorprendido ante la insistencia de su nieto -. Vale, pero sólo una vez más, luego tendrás que terminar tus deberes antes de que llegue tu mamá.


Nuestra historia de amor, en pleno confinamiento, comienza así-tomó aire el anciano antes de proseguir-: corría el mes de Marzo del año dos mil veinte, hacía sólo seis meses que estaba en mi piso nuevo. Por aquel entonces nos obligaban, por así decirlo, a estar encerrados en nuestras casas y salir a la calle sólo para lo necesario, hacer la compra, ir al médico, o en mi caso y en el de tu abuela, seguir acudiendo a trabajar. Cada tarde a las ocho salíamos toda la gente a los balcones, terrazas o ventanas a aplaudir a los sanitarios, que eran considerados héroes al intentar salvar vidas cada día, ya que había una gripe muy mala contra la que por entonces no había vacuna y hacía que enfermara la gente que la contraía. En una de esas tardes de aplausos fue cuando la vi, la nueva vecina de al lado, la cual llevaba menos tiempo que yo en el edificio, sólo un mes, huyendo de una relación de pareja tormentosa. La había escuchado cantar alguna vez a través de mis paredes pero nunca había tenido la oportunidad de verla en persona. Su nombre era Carlota y era realmente guapa. Me sonrió, y desde ese primer encuentro empezamos a hablar. Teníamos muchas cosas en común, empezando por el tipo de música que escuchábamos y acabando por nuestros trabajos, ella conductora de ambulancia y yo conductor de metro.


-La amistad y confianza entre los dos se afianzó día a día, las charlas en nuestros respectivos balcones se volvieron algo habitual. Yo empezaba a sentir algo por ella, y deseaba con todas mis fuerzas que ella sintiera lo mismo. Así que pasado un mes me declaré, para quitarme la incertidumbre de encima -el abuelo suspiró antes de continuar- ¿y qué crees que me contestó ella a mi declaración de amor? Me contestó que hacía al menos dos semanas que estaba deseando escuchar de mis labios lo tanto que me gustaba ella, que también sentía las típicas mariposillas cuando pensaba en mí, y que cada vez que me veía en el balcón le daba un cosquilleo en el pecho. No hubo besos ese día, ni nos cogimos de la mano, naturalmente, pero no hizo falta, con las miradas y las sonrisas que nos dirigíamos teníamos bastante. Nos prometimos que cuando el confinamiento pasara tendríamos nuestra primera cita en condiciones, y por supuesto seguirían muchas más. Pero pasó algo.


Al día siguiente de mi declaración y de nuestras promesas de amor Carlota no salió al balcón. "Habrá tenido mucho trabajo", pensé yo, no le di excesiva importancia, pero cuando llegó el tercer día seguido sin salir me empecé a preocupar de verdad. "Se habrá arrepentido", me dije, apenado. ¡Qué equivocado llegué a estar, Pablito!


Tres meses después del confinamiento allí estábamos los dos, en el metro, camino a un restaurante de Barcelona para tener nuestra primera cita. Ella llegó a coger el virus, estuvo bastante mala, ingresada en el hospital, de ahí sus dos semanas de ausencia en su casa. ¡Y yo pensando que ya se había olvidado de mí!- dirigió la mirada, avergonzado, hacia la urna de encima del mueble, que contenía las cenizas de su esposa, fallecida seis días atrás, antes de finalizar diciendo-: y esa fue nuestra primera cita de muchas. Años después llegaría tu madre al mundo, pero esa es otra historia, Pablito, y ahora no te olvides de hacer tus deberes.

T'ha agradat? Pots compartir-lo!