Las vías de tu vida

Amalgama

Las vías de tu vida


— ¿Marcos, me escuchas?


— ¡No arranca!


— ¿Marcos? ¿Estás ahí?


— Por favor, ¡escúchame! ¡Necesito que mantengas la calma! Mi madre está llegando y voy a estar acompañada ─ dijo Marta.


— Sí, sí, claro, cariño.


— Pero no me puedo creer que justo hoy el coche no arranque, esto no puede estar pasando…


 


Los primeros rayos de sol se presentaban a tiempo ante la costa catalana, y la ciudad de Badalona, a su ritmo, con ellos se despertaba. Como si de un presagio se tratara, las olas en la Playa del Coco se desperezaban bravas, y su sonido agitado se escuchaba desde la casa de Marcos y Marta. Por entre los ventanales, el aire fresco se colaba en la habitación donde ella plácidamente descansaba, arropada entre suaves sábanas blancas. Inopinadamente, en medio de esa dulce calma, algo sucedió. Marta repentinamente despertó, sintiéndose, al igual que la mar, brava. La desveló el extraño calor de ese líquido que la rodeaba.


 — Pero no, aún no toca ¡Falta una para las treinta y ocho semanas! — exclamó Marta—. Al parecer, esta vez su bebé se adelantaba.


 


 Marta, rápidamente, pensó en él, su par, que hoy no estaba en casa. Entonces, tecleó el teléfono de Marcos, justo unos minutos antes de que se terminase su jornada de trabajo en la fábrica. Este mes de abril, él había cambiado su turno y acumulado hora extras, para poder estar con ella  por las noches, durante las últimas semanas de embarazo. Todo parecía organizado, pero en ocasiones, hay cosas que hasta al reloj se le avanzan.


 


Mientras todo esto sucedía, los compañeros de Marcos se habían ido marchando, sin saber nada de lo que estaba pasando. En la calle, ya solo, y en plena Semana Santa, a las seis de la mañana no se movía un alma. El futuro papá, comenzaba a desesperar. Por su frente caía un sudor frío, y el pesimismo lo invadía a cada minuto que pasaba. La grúa no llegaba, y todos los taxis del mundo, parecían estar ocupados por todas las Martas, que traían nuevas vidas, que en ese momento se anticipaban.


 


Se puso en cuclillas, llevándose las manos a la cabeza, respiró profundo y contuvo de nuevo las lágrimas. No podía pensar con claridad, lo único que cabía esperar es que algo mágico sucediera. Ya en el hospital, Marta se sintió algo más calmada tras una tregua de las pataditas que el bebé le daba, casi como si éste esperase a que su papá llegara, para salir al mundo. Entonces, el teléfono de Marcos volvió a sonar, y a través del hilo conductor, se escuchó la dulce voz de Marta que le preguntaba:


 


— Cariño, por casualidad, desde donde tú estás ¿no se puede localizar ninguna parada?


— ¿Parada de qué?


— ¿De qué va a ser, cielo? De metro.


 


Inmediatamente, Marcos levantó la mirada y, ahora sí, comenzaron a caerle las lágrimas. Estaba salvado, y sus pies volaban para cruzar la calle hasta la siguiente esquina, donde se encontraba la parada de metro de Pompeu Fabra. La combinación de las líneas del transporte hasta el recinto hospitalario era sencilla y cercana. Al fin, un camino seguro de regreso hasta el Hospital de Santa Creu i Sant Pau, donde las mujeres de su vida lo esperaban. Así, Marcos consiguió llegar a tiempo para ver nacer a su bebé, a la que llamaron Fabra. Y es que, a menudo, lo más sencillo está en nuestras manos y es lo que nunca nos falla.


 


 


Chelo O.P

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