Vencer la timidez

Pluma y tintero

Nil siempre cogía el metro en Fabra i Puig. Su destino, Plaza Cataluña. Bajaba andando las Ramblas hasta llegar al trabajo.


Nil, a sus dieciocho años, era de carácter muy tímido. La timidez, esa dama de rojo,  le aprisionaba y le obligaba a crear un mundo paralelo para subsistir en su día a día.


Cada mañana en el andén, mientras esperaba el metro, se fijaba en una chica, más o menos de su edad. Para él, era una monada. Ella no se había fijado en él, o al menos eso era lo que parecía. Porque él se preguntaba siempre: ¿Quién se va a fijar en mí? Era un chico de lo más normalito, pero, claro, con un grado de timidez superior a lo normal, lo que le llevaba a tener la autoestima por los suelos.


La timidez le hacía tartamudear y ponerse rojo como un pimiento, y con ese panorama era imposible acercarse a cualquier persona.


Como persona tímida que era, sí que tenía una amplia capacidad para pensar y montar escenas en la que el protagonista era él, sin ningún pudor, un audaz aventurero, salvador del mundo con su capa y los calzoncillos por fuera.


La chica del metro le empezaba a gustar y ya sin conocerla se estaba empezando a enamorar de ella. Cabe decir que Nil era de carácter enamoradizo. Cada día tenía unas cuantas paradas, y durante el trayecto esperaba que se produjese algún incidente que le ayudara a contactar con ella.


Tenía algún amigo, pero era imposible pedirles consejo sobre cómo actuar ante la situación, pues ellos eran demasiado impetuosos y él, incapaz de aplicar cualquiera de sus consejos.


Un día escuchó la canción de Mecano: “Ay qué pesado, qué pesado, siempre pensando en el pasado”. Y era verdad, pues pensaba en todo lo que no había llegado a hacer durante su vida; luego, el presente le parecía que no existía, y en el futuro se veía como el audaz aventurero que le gustaría ser.


Un día se armó de valor y se dijo: ¡A por todas! Se acordó del eslogan olímpico “lo importante es participar más que ganar, y más que vencer, es saber luchar”, y se dijo que ya era hora de aplicárselo a su vida.


Nervioso, bajó las escaleras del metro, se tragó tres escalones y casi no lo cuenta. Ya en el andén, nada que no la ve. ¡Será posible, hoy que me decido y no aparece! ¡Ahí está! ¡Dios, qué belleza!


Se fue acercando y llegó el metro. Entraron por la misma puerta y un grupo de personas se interpuso entre ellos. Se cruzaron la mirada y él creyó ver una sonrisa en sus labios. Eso le animó, pero las paradas iban pasando: La Sagrera, Navas… y ella seguía siendo inalcanzable.   


Otro grupo de turistas entró en el Clot y la perdió de vista. En un leve choque, se giró para pedir perdón y… ahí estaba, era ella.


—Perdón por el pisotón —dijo él, con las mejillas coloradas.


—Sólo me has pisado el juanete, pero no ha sido nada, con tanta gente ya se sabe —dijo ella con una sonrisa.


Se presentaron y, como si se conocieran de toda la vida, estuvieron hablando del tiempo y de sus cosas hasta la parada final.


Y al despedirse, Nil le deseó un buen día, a lo que ella, Carolina, que así se llamaba, le sonrió y se despidió hasta el día siguiente, pero ninguno de los dos se movió.


Se escuchaba de fondo la canción “Hello Again” de Neil Diamond. Los dos se acercaron, se miraron, se sonrieron y se unieron en un beso de película. Ahora estaban en el presente con un futuro por delante.


—¡Caray, qué bonito es el amor! —comentó el vigilante en el momento en que pasaban por el andén, acompañado de Honey, su fiel perro alemán.


 


 


 


 


 

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