El guardián del bus

Alysa Damaris

El hada del bus apareció de repente frente a mis ojos, debía de estar dormida debajo de la máquina para marcar los billetes y sintió como me caían las lágrimas. Empezó a hacer volteretas saltando de una cabeza a otra de los pasajeros que se apilaban a mi alrededor. Un niño aplaudió ante el espectáculo, pero yo apenas pude dedicarle una sonrisa. Quizás pensaba que su papel de guardián del bus también incluía que debía animar a sus pasajeros. Pero hoy no podía animarme, me sentía vacía, otra solicitud de trabajo rechazada: gracias por su aplicación desgraciadamente no… otra lágrima resbaló por mi mejilla, ¿lo lograría alguna vez…? No podía evitar sentirme insegura de mí misma.


 


El hada hizo un salto mortal en el aire y aterrizó encima de mi cabeza, quería robarme más sonrisas, pero yo empecé a dirigirme a la salida, ya pensando en llegar a casa. Sin desistir, con sus manos creó un arcoíris en el cristal de las puertas justo antes de que se abrieran, y mientras bajaba me giré para darle las gracias por intentar animarme. No me estaba mirando porque seguía saltando de una cabeza a otra, y con su última pirueta salió del bus y las puertas se cerraron. Me quedé boquiabierta mientras el hada se movía entre mis manos. El conductor, que seguro que estaba demasiado ocupado mirando a los niños que acababan de entrar, no se percató de que su guardián había bajado, dejando el autobús desprotegido. 


 


La criatura se movió entre mis manos y saltó a mi hombro, agarrándose a mi pelo y tambaleándose aún desorientada. Levanté las manos y chillé para que el bus parara, pero ya estaba girando la esquina. No lo pensé dos veces. Agarré el hada entre mis brazos y arranqué a correr cuesta arriba. No era imposible, alguna vez había conseguido llegar a la siguiente parada de bus corriendo con todas mis fuerzas. Con la criatura entre mis brazos podía sentir el latido del bus dando la vuelta al bloque. Paré un instante para coger aire y volví a hacer otro sprint cuesta arriba. 


 


Vi cómo el bus doblaba la esquina e intenté acelerar más, pero las piernas me quemaban. Fue entonces cuando noté que mis pies se elevaban del suelo y, boquiabierta, salí disparada hacia adelante, llegando a la parada sólo unos segundos antes que el bus. Me giré hacia dónde había despegado, vi que los adoquines que me habían ayudado a llegar hasta allí me saludaban y les di las gracias asintiendo. 


 


Al volver la vista, las puertas se abrieron y los ojos del conductor me miraron con sorpresa, creo que no terminó de entender lo que estaba pasando hasta que la criatura saltó de mis brazos y se abrazó a una de las barras. Como un destello, sentí la conexión mágica que el hada y el bus compartían y no pude evitar sonreír. Hay veces que las pequeñas cosas del día a día te llenan y, despidiéndome de la criatura, empecé a bajar la pendiente segura de que si seguía luchando por mis sueños lo lograría.


 

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