Hogar perdido

Mikipi

El último recuerdo que tengo es breve, abro los ojos despertado por una corriente de aire y un ruido que se aleja y me encuentro sentado en el andén de una estación cuyo nombre no conozco o ya no recuerdo. Me doy cuenta de que no sé quién soy ni cómo he llegado aquí. Me incorporo y lo primero que hago, obedeciendo a un impulso grabado a fuego en lo más profundo de mi cerebro, es buscar mi teléfono móvil  y lo único que encuentro en los bolsillos son unas monedas sueltas. 


Permanezco inmóvil unos minutos, intentando ubicarme o recordar, observando que no hay nadie a mi alrededor excepto en el andén de enfrente, donde hay una mujer sentada acompañada por dos niños pequeños, que me señalan y hablan en voz baja. La mujer me mira y parece reprimirles, desviando la mirada. 


Un hombre se me aproxima, manteniendo una conversación por su celular. Me levanto y le pido ayuda pero solo expreso un balbuceo, niega con la cabeza y con su mano libre señala el aparato, pasando de largo a paso rápido. 


Alzo la mirada y observo una cuenta atrás que antes de llegar a cero la da bienvenida a unos ojos blancos que salen rápidamente de la oscuridad de un túnel, se abren las puertas y entro. Solo hay dos mujeres sentadas, me acerco a ellas y también les pido si me pueden ayudar. Ambas me miran pero parecen no entenderme y observo que llevan unos auriculares en los oídos; me doy unos golpecitos en la oreja y les señalo con el dedo, pero niegan con la cabeza, otra vez, mientras miran hacia otro lado.


Bajo en la siguiente estación e intento hablar con la multitud que intenta entrar, pero nadie me responde, parece que tienen miedo de quedarse fuera, o de mí. De nuevo la estación queda vacía y me siento, porque estoy cansado, muy cansado. Al rato el andén empieza a llenarse de gente, como si hubieran estado esperando agazapados en algún rincón, un rincón que quizá conozca.


No se cuánto tiempo ha pasado, tomo las escaleras mecánicas y salgo a un laberinto de pasillos, cuyas direcciones están indicadas con colores. Me detengo delante de una máquina de refrescos y miro el cristal. El reflejo que me devuelve es aterrador, porque ni siquiera me reconozco. 


Camino por los pasillos al parecer sin rumbo, pero algo me guía hacia algún lugar, un lugar que creo seguro. Al doblar la siguiente esquina llego a un rincón sin salida donde hay una estructura de cartón rectangular y descubierta, de medio metro de altura, como si de un ataúd se tratara. Entro en la misma, observo que hay varias mantas sucias y un fardo de ropa a modo de almohada y me estiro, arropándome con las mantas, mientras alcanzo algo para beber que me quema las entrañas. Sí, es un lugar seguro, ahora lo recuerdo, es mi hogar.


 

T'ha agradat? Pots compartir-lo!