Nadie como tú

Golpe53

Levantó la vista del libro, estaban entrando en la estación. Lo vio al final del andén. Entró en el vagón de metro y se quedó apoyado en una de las puertas. Cuando hizo ademán de prepararse para bajar en la siguiente estación, ella guardó su libro y esperó sentada hasta que bajó. Consiguió salir del vagón justo antes de que se cerraran las puertas. Lo localizó entre la gente agolpada en el andén y se dirigió tras él a las escaleras mecánicas.


Al llegar a la salida llovía a mares. Él se abrochó el abrigo, levantó las solapas, metió sus manos en los bolsillos y con paso firme y ligero comenzó a caminar. Ella se ajustó el cinturón de la gabardina, se cubrió el cabello con un pañuelo y abrió su paraguas.


El aguacero ganó intensidad y él cada vez caminaba más deprisa, sorteando a otros viandantes, sin separarse de las fachadas para resguardarse. Ella lo seguía con la mirada, pendiente de no perderlo, de no mojarse, de no caerse. Hasta que una loseta levantada de la acera le hizo resbalar. Dolorida, se levantó con dificultad, ayudándose con el paraguas. Lo perdió de vista entre la cortina de agua y el tumulto de gente.


Empapada, decidió cerrar el paraguas y seguir caminando. Se movía torpemente entre la gente, con la mirada dislocada, pendiente de la otra acera, de los comercios, de las cabinas telefónicas, de los cajeros automáticos. Al fin lo vio, estaba resguardado en un portal, hablando por el teléfono móvil, sonriendo. Colgó y picó al tercero primera. Utilizando su paraguas consiguió alcanzar la puerta antes de que se cerrase y entró tras él. Inspeccionó los buzones: Tercero primera, no era Juan. Salió lentamente del portal y deambuló sin rumbo hasta que encontró una parada de metro.


Cuando llegó a casa se desnudó y se preparó un baño caliente. Mientras flotaba en el agua, recordó las mañanas de los domingos. Juan siempre preparaba un desayuno especial y la despertaba cuando estaba listo. El olor a café impregnaba la casa.


Tras el desayuno volvían a la cama. Un periódico mal ojeado, un crucigrama imposible, una entrevista interesante en el dominical. Ella se acurrucaba en su pecho, mientras Juan leía en voz alta alguna columna. Hasta que ella se cansaba y tiraba el periódico al suelo. Juan sonreía y con un rápido movimiento se abalanzaba sobre ella y le hacía cosquillas. A carcajada limpia se retorcía entre las sábanas. Luego un beso ponía un poco de calma, pero enseguida volvía a la carga y perdían el pijama por el camino. Respiraba su piel. Un quejido de placer prolongaba el deseo. Después se quedaba mirándolo como si aquella hubiera sido la primera vez. Se abrazaba a él y dejaban pasar el tiempo.


Los dedos arrugados la devolvieron a la realidad. Se secó, se puso el camisón y la bata. Se quitó la dentadura postiza y la metió en un vaso con agua. Estornudó un par de veces, se preparó un vaso de leche caliente con miel para entrar en calor. Se sentó en el sofá y cogió el álbum de fotos de su boda.


- ¡Qué guapo eras, Juan, y qué pronto te fuiste! Hoy he creído verte en el metro. Perdona a esta vieja tonta por creer que podría haber alguien como tú.


Se quedó dormida en el sofá con el álbum entre las manos y una sonrisa en los labios.

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