YO NUNCA OLVIDO UNA CARA

Menta

Yo nunca olvido una cara. El problema es que nueve de cada diez veces no sé asociarle un nombre.


-A muchos les pasa -me dirás, pero yo no soy como ellos. Cuando digo que nunca olvido una cara, significa eso: nunca la olvido. Es un don con una pega: no me acuerdo de los nombres.


 Me dedico a las ventas a comisión y cuando trato con clientes tengo que recordar si llaman Pepe o Paco. La gente adora su nombre y se ofenden si te equivocas. No hay hombre, mujer o niño que yo no conozca de mi barrio. ¡Pero ni que me apunten con una pistola sé decir su nombre!


Mi casa está junto a la estación de metro y cada día veo a gente yendo y viniendo. Conozco las caras de los habituales en mis viajes de metro y aunque parloteo con todos no me sé el nombre de ninguno.


El día de la tormenta pillé por los pelos el último metro, que iba lleno y se vaciaba según avanzaban las estaciones. Dos paradas antes de la mía, en el vagón sólo estábamos dos: el tío del que te voy hablar y yo. Al primer vistazo supe que no era uno de los habituales, pero sí del barrio. Lo que me chocó es que no pude recordarle de la manera que yo recuerdo a las personas: no era del cole, ni del bar, ni club... No lograba situarlo en ningún escenario y como no desaprovecho las ocasiones para hacer alguna venta, me lancé:


- ¿Vas mucho en este tren? – Hay quien a la mínima te cuenta su vida, pero éste simplemente dijo: -No.


Yo seguí charlando sobre la puntualidad del metro, la TCasual, la TMobilitat… y él, sin soltar la lengua.


Le conté cuatro cosas sobre mí, chuleé un poco acerca de un trapicheo que había rematado felizmente aquel día. Un tema perfectamente legal, no creas, pero no el tipo de business que aparece en los libros de contabilidad, ya me entiendes... Nada como revelar secretos buscando complicidades para hacer participar a otros en intercambios de confidencias. Al principio parecía interesado, pero nada: el tío no abría la boca ni para bostezar. Lo dejé por inútil y me puse a juguetear con el móvil. Al poco, él dormía como un tronco.


Entrábamos en la estación, y yo, que soy un buenazo, no iba a dejarlo tirado... Le zarandeé flojito:


-Eh, hemos llegado - Se despertó aturdido.


Salimos. Fuera caía un chaparrón de mil demonios, el viento ponía los paraguas del revés. La cara del tío seguía picándome la curiosidad…


-       Tengo el coche cerca y si quieres te llevo.


-       Gracias - dijo, y fuimos chapoteando hasta el coche.


Yo conducía por una zona deshabitada, cuando de repente me suelta:


-       Déjame aquí.


-       ¿Aquí? - Era cosa de locos con aquel tiempo furioso y sin casas a la vista.


 Paré el coche. A continuación, algo me golpeó fuertemente en la nuca. El porrazo me precipitó sobre el volante y me nubló la vista. Recuerdo vagamente haber sido arrojado fuera del coche y cuando recobré el conocimiento, yacía en la cuneta con la lluvia empapándome, la cabeza a punto de estallar y mis bolsillos vacíos.


Como pude llegué a comisaría.


¡Y allí de repente lo vi! Enseguida recordé de donde salía el muy mamón.


¡Pero si lo veía a diario, por Dios!


Cada día pasaba frente a la comisaría y veía el cartel con su careto y debajo:


“SE BUSCA. Fulano de tal, asesino muy peligroso. Cualquier pista bla bla bla...”


¿Y cómo se llamaba el tío? ¿Lo ves?, ya he vuelto a olvidar su nombre...


 

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