¿Dónde está mi cielo?

Zuzu

Esa mañana, sus compañeras más jóvenes jugaban a soplar; desde arriba, buscaban un objetivo y le gastan una broma. Una hizo que le volara un sombrero a un señor, otra una bufanda a una mujer. Las chicas no paraban de reírse o emitir truenos, así que decidió unirse a ellas e imitarlas. Otras nubes de mediana edad ni se lo planteaban, preferían estar tranquilas y balancearse por el cielo.


Nube sopló una vez sin demasiada fuerza, sólo consiguió levantar un poco una hoja del suelo. Volvió a intentarlo más fuerte, una bolsa de plástico vacía voló un poco más alto. Mientras buscaba algo más, un fuerte golpe de viento la introdujo en el metro detrás de un pasajero. A su espalda oyó truenos.


 «Las risas de mis compañeras» pensó, entre todas habían conseguido meterla dentro soplando. Medio desconcertada, se giró buscando por donde había entrado, pero otro golpe de viento con unos pitidos, la introdujo dentro de un vagón cerrándose las puertas tras ella; el tren se puso en marcha.


Nube miró a un lado y a otro, no vio a nadie cerca, a lo lejos alguien hablaba por teléfono a voces. Las puertas se abren y cierran, nadie sube. En la siguiente parada un grupo de chicos entran con la música muy alta y una mujer con un perro que gruñe un poco. 


«Me bajaré en la siguiente».


Se abren las puertas de nuevo y sale rápido escaleras arriba; dos tramos, pero aún no ve la luz del sol. Decide volver abajo y se mete en el primer metro que llega.


«¿Dónde estará mi cielo?» y se esconde debajo de un asiento.


Olaya entró en el tren, cuando se sentó, unos ojos la miraron desde el suelo. Su primer instinto fue levantar los pies y ponerlos encima del asiento, no sabía identificar qué era lo que la observaba. Nube pestañeó unos segundos, parecía asustada, tenía miedo y empezó a llorar formando un charco de agua a su alrededor; aunque quizá sólo fue la diferencia de temperatura entre el andén y el metro…


Se agachó cerca de ella, acercó su mano y la acarició; era tan suave como un pelo lleno de rizos. Nube se tranquilizó, dejó de llorar y se sentó a su lado.


Olaya le empezó a preguntar: qué le ocurría, dónde iba, qué parada buscaba etc.


Nube empezó a describir lo que vio antes y después de entrar: una especie de canal, una cúpula naranja, un dos y un diez. Con esos datos Olaya adivinó la estación que era y decidió acompañarla para que no se perdiera de nuevo. 


Por fin llegaron a la parada y al bajarse, vieron en la salida un control de billetes. Olaya se paró de golpe, e hizo una señal a Nube para que no se moviera y empezó a elucubrar qué hacer; Nube no llevaba billete, no era animal como para llevar bozal y quizá era un poco más grande de las dimensiones recomendadas para transportar un bulto en el metro. Mientras pensaba y pensaba como pasar el control, Nube empezó a hacerse pequeña, muy pequeñita hasta conseguir meterse en la mochila, no sin antes sonreír y guiñar un ojo a Olaya.


Sin más demora y después de mostrar su billete, salieron hacía el exterior.


En la calle se sentaron las dos en un banco del paseo. Era mediodía y lucía el sol, los rayos caían calentando sus cuerpos. De repente empezó a oscurecer y casi a la vez, miraron hacia arriba, un grupo de nubes ocultaron al astro rey unos segundos. Nube dijo:


—Te debo una, muchas gracias por tu ayuda y si alguna vez me necesitas, solo mira hacia arriba.


Las dos parpadearon y se fundieron en un gran abrazo.


 


 

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