Línea azul
Toco aquí por amor, amor a la música. Todo empezó hace años, volviendo a casa después de un largo día en el conservatorio. Cansado, con los auriculares a tope y pocas ganas de llegar a la cama, donde no tendría distracciones para ocultar mi tristeza y todo volvería a doler. Esa noche apareció un cantante ambulante, de esos que realmente no deberían estar allí, pero que a veces agradeces. Era de los buenos, de los que canta sin pedir dinero, sin esperar algo a cambio. De los que canta porque le apetece, simplemente. Me quité los auriculares, casi por inercia, y escuché, sin saber que ese gesto iba a cambiarme la vida.
Han pasado años desde esa noche invernal y aquí sigo, fiel a mi lugar de la cinco, la línea que une la que fue mi casa con el conservatorio, tocando incansable, sin pensar y sin pretender ir más allá. A veces alguien me mira, a veces alguien suspira, como diciendo, "ya está aquí el pesado del músico que me va pedir dinero". Pero no, no pido dinero. No espero nada de vosotros, de hecho. Si me escucháis bien, si no, también. A veces os observo, fijándome en vuestros rostros y, a veces y sólo a veces, veo vuestro interior y entiendo quiénes sois.
Por ejemplo, ayer vi a alguien llamado Juan, un padre de familia que volvía a su hogar después de una dura jornada. Estaba cabizbajo, pensativo. Escuchaba mi música, pero sin prestar atención, dejando que no fuera nada más que la banda sonora de su día. De repente levantó su cabeza, y sus ojos se humedecieron, como si estuviera a punto de llorar. Pero claro, Juan, todo un hombre hecho y derecho, no podía llorar en público. Juan no podía mostrarse vulnerable; no podía mostrar sus sentimientos.
Supe que Juan se emocionaba porque recordaba que era el cumpleaños de su hija, la pequeña que cumplía seis años. Y se le había olvidado de tan absorbido que estaba por su estúpido trabajo. Juan no era más que una víctima de la explotación del mundo de los adultos, ese mismo que idealizas cuando eres un crío y que aprendes a odiar a medida que te haces mayor. Y todo esto lo veía reflejado en sus ojos, esos que evitaban el contacto visual con cualquier otro pasajero.
He visto a muchos “Juan”, tantos que ya no me afectan. En realidad, casi nada me afecta ya, todos los pasajeros con los que conecto tienen algún tipo de desgracia, un aura trágico a su alrededor. Recuerdo a esa abuela que me abrazó pensando que era su nieto, ese que se había marchado hacía tantos años que nadie recordaba los motivos. O esa chica, preguntándose qué hizo mal para que él la dejara después de unas idílicas vacaciones recorriendo la costa del país.
Sé también muchas cosas sobre ti. Sé que vienes cada noche a verme, fingiendo que vuelves a casa. Sé que amas mis dedos por ser capaces de hacerte volar a cualquier lugar. También sé que quieres hablarme, contarme que mi música te ha ayudado a seguir adelante. Sé que te sientes inseguro, que te comparas con todos. Y sé que me quieres, aunque no seas capaz de decirlo. Ojalá sea yo capaz de decírtelo algún día.