Carla
Carla, de diez años, sube al metro en una estación del centro de la ciudad. Es un día cualquiera de primavera. Los vagones del metro están abarrotados de gente, y el ruido de la ciudad se mezcla con los sonidos del tren. La niña, en su asiento, cierra los ojos y respira profundamente.
Necesita un momento para poner su mente en blanco. Tiene un don muy especial que requiere de mucha concentración: puede escuchar los pensamientos de los demás, pero cuando hay mucha gente esos pensamientos son ruidosos y confusos. Como cuando habla mucha gente a la vez. Sólo puede oir un gran barullo de voces sin poder distinguir ninguna en concreto. Es lo que trata de evitar. Quiere escuchar los pensamientos uno a uno. Concentrándose, puede diferenciar cada uno de ellos. Y cuando lo logra, llega su verdadera magia, porque Carla tiene la capacidad de convertir esos pensamientos, esos deseos, en realidad.
Carla se ha autoimpuesto unos límites que de momento no piensa cruzar. Su magia podría ser excepcional, pero no pretende causar daño a nadie ni quiere hacer algo extraordinario que llame mucho la atención. Aún no ha explorado sus límites, pero sabe que, por su propio bien, es mejor pasar desapercibida. Los deseos que convierta en realidad siempre se deben poder atribuir al azar o a la buena fortuna.
Un hombre mayor está pensando en su hijo, que vive en otra ciudad. Él desea poder verlo de nuevo, pero sabe que ahora mismo no es posible. La última vez que hablaron, discutieron. La cosa no acabó bien. Carla decide ayudarle. El hombre recibe un mensaje. Saca su teléfono y lo mira con sorpresa. "¿Qué... qué es esto?", piensa. "¡Un mensaje de mi hijo! Dice que viene a verme este fin de semana".
Una mujer está preocupada por el diagnóstico que el médico le puede dar en la visita a la que se dirige. Carla no sabe qué enfermedad puede tener la mujer y si la puede curar. Decide darle el mejor de los ánimos: puede imbuirle la tranquilidad y la serenidad que solo algunas personas tienen para afrontar un futuro doloroso. La mujer cambia el gesto y en su rostro se refleja un “lo que tenga que ser, será”.
Escucha a un hombre pensando en cómo sería si pudiera hablar con su hermano que había fallecido años atrás. El hombre siente un abrazo invisible y por un momento siente la presencia de su hermano junto a él, pero nada más.
Carla aún no sabe si sanar a enfermos y revivir a los muertos está en su lista de posibles, pero son puertas que con su corta edad no está preparada para cruzar. Su poder puede ser un regalo o una maldición. Puede hacer mucho bien, pero también puede causar mucho mal.
Por suerte para nosotros, Carla decide hacer el bien. Pero es mejor no bajar la guardia y pensar siempre en positivo, no vaya a ser que algún día Carla cambie de opinión y convierta nuestras peores pesadillas en realidad.