Martes y sigue sin llover

Stereolunares

Bueno, pues ya es martes, pinta que hoy va a apretar el calor y mira que tendría que llover. A mí ya me va bien que el solecito me caliente un poco, pero la verdad, no me vendría mal una buena tormenta, tengo polen acumulado por todos lados. 


Mira, la chica mona de las gafas y la mochila de flores, ¿a dónde irá? Tiene cierto aire bohemio, seguro que va alguna escuela de arte, ¿pintura? ¿moda? sea lo que sea, es siempre muy puntual, no hay día que no baje las escaleras del metro a la 8,40h clavadas. Cada vez empiezan a llegar  más extranjeros, se nota que tenemos la primavera encima. Estos que llegan a primera hora de la mañana, saliendo a la superficie desde las escaleras del metro, siempre me han llamado la atención, nunca sé si las ansias de visitar toda la ciudad les hace madrugar, o es que tienen un jet lag inmenso que aprovechan para hacer turismo desde bien temprano. ¿Qué habrán visto?¿A dónde habrán ido?¿La Sagrada Família? ¿El Parque Güell?¿Habrán callejeado por el Gótico o el Poble Sec? Dicen que la Casa Batlló es preciosa, sinceramente siempre le tuve un poco de envidia, dicen que es tan bonita por dentro como por dentro. 


Esta hora de la mañana es la mejor, justo antes de que los camiones empiecen a trajinar provocando ese vulgar sonido de las cajas chocando entre ellas al ser apiladas, justo antes de que los taxis inicien su carrusel Ramblas arriba Ramblas abajo.  A esta hora todavía puedo fijarme con detalle en todas las personas que entran y salen de la boca del metro. Aprecio su forma de bajar las escaleras, observo qué llevan en las manos, cómo se han vestido hoy, sus prisas, sus caras de “me he perdido”. Luego, más tarde, la marabunta no me deja detenerme como a mí me gusta para imaginar el trayecto de los que vienen y van. Pero a esta hora absorbo con gusto todos los personajes que aparecen y se adentran en esa escalera, les digo adónde van, les recuerdo de dónde vienen… Hace muchos años todavía me divertía dejarme admirar, me hacía feliz la cara de asombro, la sonrisa o la curiosidad de la gente cuando al salir del metro me identificaban. “Ahí está” exclamaban los que nunca me habían visto antes, y me dejaba mimar por sus retinas y comentarios. La mayoría me admiraba, no solo por mi serena belleza sino por mi historia, o por lo que alguien les había contado de mí. Siempre hubo algunos que se decepcionaron al verme, a estos siempre quise gritarles que lo mío es una belleza de espíritu que jamás lograrán entender y que ojalá me hubieran visto iluminada y orgullosa, con la flor y la nata de la burguesía, esperando a mis puertas para entrar. 


No negaré que sigo sacando pecho con orgullo frente a la mirada atenta de la gente, pero  la verdad es que hace años que miro con resignación cómo ellos son libres para desaparecer y aparece en esa boca de metro, que aunque lleva mi nombre jamás me llevará a mí. Yo formo parte de ella y ella de mí, y si algún día por fin bajara por esa escalera y me montara en el metro, ella dejaría de ser Liceu. 


 


 

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