Próxima parada...Barceloneta

Stereolunares

Desde el sofá Rita miraba los restos de la comida. Las cortezas de dos tacos de queso y las migas de un trozo de pan sembraban el caos, creando un microcosmos de constelaciones sobre la mesa que la tuvieron atrapada por unos minutos.


Era viernes, ¡joder, era viernes! y la tarde libre se le presentaba delante como un vacío infinito, un desierto que no se veía con fuerzas de atravesar. Siempre había sido su momento favorito de la semana, pero ahora no, ahora era diferente. El sol caía implacable sobre las calles de Barcelona ese viernes de finales de julio, a las cuatro y trece de la tarde. Podría haber seguido tumbada hasta el hastío mirando el trocito de cielo que se veía desde su sofá, pero Rita cogió el bolso, se puso las chanclas, bajó corriendo a la calle sin saber muy bien de dónde venía aquel arrebato. Se dejó llevar por una fuerza invisible y caminó rápido, sin descanso, cruzando el Born, atravesando la calle Montcada. Esquivó grupos de turistas perdidos sin ser consciente de sus movimientos, su cuerpo levitaba adormilado entre las sombras de los edificios hasta que se encontró de frente con la entrada del metro. ¿Por qué  había ido hasta allí? ¿Por qué sentía la necesidad de coger el metro y volver al sitio donde todo empezó? El lugar donde solían coger el metro cada tarde para volver juntos a casa.


Pretendiendo unas prisas que para nada tenía, fingiendo que cogía el metro de camino a algún asunto importante, Rita subió al vagón con ansias. Una bocanada de rabia y tristeza le subió a la garganta al atravesar las puertas del vagón saliendo en la parada de Barceloneta.  Se sentó en los bancos de la estación y miró y recordó y lloró y siguió allí, mirando, intentando que aquel momento tuviera la suficiente fuerza como para borrar el anterior recuerdo creado en esa estación.


 Lo peor de todo no era la sensación de vacío que había dejado Víctor, ni el dolor ni la rabia.  Rita sabía que todo eso pasaría con el tiempo. Lo peor era que ahora debía dibujar una nueva Barcelona, deconstruir una Barcelona plagada recuerdos de ellos dos, la Barcelona que construyeron de la mano, la única Barcelona que ella había conocido, para crear una ciudad completamente nueva. Una Barcelona donde la parada de metro de la Barceloneta no era la parada de metro que cogían para volver a casa, sino una parada que te acerca a la playa, donde Poblenou no era el sitio donde pasaban más de una tarde infinita de risas con amigos, sino un barrio más por descubrir, donde todo estaba por volver a pintar. 


Mariana bajó al metro de Barceloneta con pesadez, había sido un día larguísimo de trabajo y lo único que quería era llegar a casa, poner una serie y abrir el paquete de galletas que había comprado al salir de la oficina. Se dejó caer con contundencia en uno de los bancos de la estación donde había una chica sentada. Mientras miraba por decimocuarta vez su muro de Instagram con aburrimiento percibió los sollozos de la chica de al lado. Con miedo a molestar pero con la necesidad de ayudar, Mariana abrió el paquete de galletas antes de lo previsto y, con delicadeza, ofreció una a aquella chica de los ojos color miel encharcados en lágrimas. 


Sorprendida, la chica miró a Mariana con una sonrisa, cogió una galleta y le dio las gracias por la galleta, por ayudarla a crear un nuevo recuerdo. 


 

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