Bajar del metro. Irrelevante. Cotidiano. Vida

Juana iriarte

Decido ir en metro. Hace mucho que no lo hago. Será que me encanta ir en bus. Tú preferías el metro, por lo rápido. Te orientabas bien y lo encontrabas de lo mejor para moverte en la ciudad.


Bajo en Diagonal. Por azar veo que de la puerta de al lado baja un señor de cuya mano se agarra un niño. Unos seis años. Concentrado. Seguramente en seguir esas instrucciones que también para mí formaron parte de ese amor incondicional que llegaba en forma de advertencia. "¡No te sueltes de la mano! ¡No te despistes!


En la advertencia se sentía, se tocaba, tu miedo a perderme. Y eso sí que asustaba. El miedo de aquel que supones fuerte, invencible y eterno. Era un mensaje imposible de asimilar pero tensionaba mi pequeño cuerpo por entero. Allí estábamos: entre "Horta" y "San Ildefonso", palabras crípticas para mí pero que eran nuestras opciones habituales cuando bajábamos las escaleras al lado de aquella extraña Iglesia abandonada rodeada de un muro de obra gris a la que nadie prestaba demasiada atención.


Aquello significaba una aventura: salíamos del barrio conocido con sus calles rectas y conocidas y nos subíamos en aquel fantástico tren subterráneo, que me parecía lo más apreciado a hacer un viaje espacial. Luces blancas en los vagones, mucho ruido y movimientos que me obligaban a mantener el equilibrio en un juego constante ara mí.


La cuestión es que estoy en el andén de Diagonal, misma línea azul que en mi infancia recorría contigo. Y el señor y el niño -su nieto, deduzco- hacen esa parada tan clásica, mirando las señales para decidir si ir a derecha o izquierda.


Y yo, que tampoco lo sé, los miro y de pronto recuerdo tu mano, la parada técnica mientras leías y decidías si caminábamos a derecha o izquierda. Y recuerdo, de repente, el gesto decidido acompañado del apretón en la mano, con la presión justa para transmitir, además de la dirección a seguir, la dosis justa de seguridad que yo necesitaba.


Y yo, en el andén de Diagonal, de repente siento envidia del chaval. Una envidia que me llena el pecho, mezclada con una nostalgia casi asfixiante. Y el hueco, siento ese hueco: la falta de tu mano en tantas ocasiones en que he tenido que decidir qué salida me convenía más.


Y de repente, como si se abriera un cráter en el andén, se hace presente la magnitud de tu ausencia. Y me sorprende -casi me avergüenza- echarte tanto de menos en situaciones tan intrascendentes, tan pequeñas, tan poco señaladas. No tener nada más grande ni mejor que escribirte.


Y me conformo, y empiezo a caminar hacia una salida, y me da pena mi propia pena de tantos años sin poder agarrarme a tu mano, ni besarte, ni oirte, ni olerte.

T'ha agradat? Pots compartir-lo!